La organización "Argentinos por la Educación" está difundiendo un informe que expone el estado actual de la enseñanza en el país. Algunos resultados que aporta poseen suficiente elocuencia como para servir de síntesis. Cita que, casi la mitad, "el 46% de los alumnos de 3er grado de primaria se ubica en el nivel más bajo de lectura". Detalla que al leer los textos adecuados a su edad, los alumnos no son capaces de encontrar información, relaciones presentadas literalmente o realizar inferencias. Es decir, en absoluto entienden lo que leen. El porcentaje de este analfabetismo funcional se eleva al 61,5% para estudiantes pertenecientes a sectores más humildes. Si se examina el otro extremo de rendimiento, aquellos que alcanzan un nivel de desempeño alto en lectura, sólo 1 de cada 10 lo logra. Como referencia, en Perú 3 de cada 10 llegan a esa cota. Los datos son contundentes. No sólo describen un presente, sino también un futuro para educandos y para la sociedad toda. Una buena parte de los especialistas en educación, e incluso aquellos que no lo son, apuntan como causa de este grave trance de la escuela argentina a la falta de actualización de contenidos. Nada podría ser rebatido con más facilidad que semejante argumento. Las capacidades de lectura, que son las de comprensión, se van desarrollando progresivamente, precisamente leyendo; proceso trabajoso, pero que llega a transformar a las personas. El actualizar contenidos y disponer de tecnologías de búsqueda de información sólo tiene sentido si se puede comprender lo que se lee.
La simiente de semejante y crítico malogro, podría quedar revelada partiendo desde otro supuesto. Platón, el acreditado filósofo de la Grecia Clásica, tenía como base de su pedagogía el principio de que hay que educar a la ciudad para educar al individuo. En sintonía, mucho más cerca en el tiempo, el fundador de la sociología, Émile Durkheim, sostenía que "cuanto mejor conozcamos la sociedad, mejor podremos darnos cuenta de todo cuanto sucede en ese microcosmos que es la escuela". Ambos pensadores dejan en claro que la sociedad está en la escuela, son consustanciales. Inclusive en el aula más aislada reverberan los ecos de los principios que estructuran a la sociedad. El psiquiatra y destacado pensador argentino José Ingenieros opinaba que la educación consistía en sugerir ideales; es decir, proponer aspiraciones. Un adecuado repertorio de propósitos puede transfigurar horizontes. No sólo la educación, sino la cultura toda, presentarían otra perspectiva si los ideales de la sociedad tomasen distancia de la prebenda, de la moralmente erosionante expectativa del plan social y de todo incentivo para la claudicación. Una Argentina muy otra, de tiempos pretéritos, que la insustancialidad ha dejado obturada, alcanzó el alfabetismo universal y la consecuente grandeza en todo campo. Lo hizo al descubrir que pequeños y grandes logros cotidianos de la lucha por la superación, llegan a darle estructura a toda existencia individual y colectiva.
