El preclaro Aristóteles, hace más de 2.400 años, sostenía que en una comunidad civilizada, orientada hacia el bien común, debía existir competencia política. Pero esta tenía que fundamentarse sobre ciertos límites y procederes, o expresado con términos contemporáneos, debía respetar unas reglas de juego. Esto posibilitaba que se formara una especie de tejido político, que se hacía reconocible y que quedaba contenido dentro del tejido social. Es decir, todos sabían quién era cada cual, sus virtudes y defectos, sus posibilidades de superación, sus capacidades y trayectoria, etc. Un respeto mínimo posibilitaba el necesario diálogo en las Asambleas de entonces, donde los ciudadanos acordaban en aquella democracia originaria. Pero el mismo Aristóteles alertaba sobre un peligro que llamó "Stasis", que es cuando la colisión de intereses, o una desbocada inercia combativa, llevan al punto de romper el tejido político. El daño en tal tejido suele implicar un deterioro manifiesto en la sociedad. Y lo que es el privilegio de la condición humana, el lenguaje, suele en estos casos ser el puente hacia la "Stasis”. Las consecuencias de ingresar en tal fase son típicas. La clase política se concentra entonces en mezquinas beligerancias, dejando de lado su misión crucial, que es que los ciudadanos vivan bien. Consecuentemente, las personas se sienten desengañadas, y tras un "que se vayan todos", termina arribando cualquiera al poder, exhibiendo notorias inexperiencias e ineptitudes a modo de galardón.

Recientemente asumió su tercer mandato el presidente de Brasil, Luis Inácio Lula Da Silva. Aunque han pesado sobre su persona muy comprometedoras acusaciones de corrupción, muchos brasileros lo recuerdan con indulgencia por haber sacado a millones de la pobreza. En la toma de posesión destinó bastante tiempo a menoscabar a su predecesor, Jair Bolsonaro, lo que resulta inusual, por dos factores. En primer lugar Lula fue históricamente conciliador y prudente, en observancia del bien de su país. En segundo término, lo que la deteriorada conciencia argentina consiente en complicidad, que es el detrimento verbal de los semejantes, no es normal en Brasil. Allí no se mira con buenos ojos, como corresponde, a quien usa las palabras como dardos contra los demás, abusando de una atención ocasional. Pero no se trató sólo de un comentario. Lula, entre otros conceptos sobre el gobierno de Bolsonaro, expresó que se trató de un "proyecto de destrucción nacional”, que el país está en "terribles ruinas”, que "hubo una destrucción del Estado en nombre de supuestas libertades individuales"" y que "dilapidaron empresas estatales y bancos públicos”. Más allá de la veracidad o no de tales expresiones, son inconvenientes. No contribuyen restablecimiento de la convivencia del Brasil que quedó escorado tras las elecciones. La justicia es el ámbito de los delitos pasados, si los hubo. Pero un presidente debe privilegiar el consenso, no la contienda, si es que aspira al éxito de su país.