Esta noche, la cristiandad celebra el nacimiento de quien dividió la historia en dos: antes y después de Cristo. Pero es un niño que nos viene a proponer a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, a partir de él, sentimientos reconocidos de modo universal como esenciales para una convivencia humana y fraterna. La sencillez, el desprendimiento y la solidaridad, son virtudes que iluminan a la humanidad, desde un pesebre pobre en sentido material, pero que rebosa de la ternura y de la paz con que el recién nacido ha venido a revolucionar el universo de los hombres.

Los argentinos celebramos esta fiesta en un clima de esperanza, confiados en que con el esfuerzo de todos, y no sólo de algunos, el mañana puede ser más promisorio que hoy. La esperanza es la fuerza que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables. No podemos olvidar que en la tierra del trigo y del pan, dieciséis millones de pobres y casi cuatro millones de indigentes, sentirán en esta noche, los efectos de la exclusión en sus hogares. La Argentina es una sociedad donde la experiencia no logra transformarse en enseñanza. Si no hay aprendizaje es porque hay déficit de comprensión, pero también irresponsabilidad.

La proliferación del hambre y la pobreza, la corrupción institucional, el auge del discurso faccioso y el consecuente languidecimiento del pensamiento crítico, corren el riesgo siempre de ser la negación de los valores republicanos. Eso es lo que debemos evitar, comprometiéndonos en el trabajo apasionado por el bien común. Los pobres necesitan solidaridad y ser promovidos para reconocerse dignos. No deberían ser considerados parte de una cultura del descarte, ni tampoco sujetos para los que la dádiva sea lo rutinario. Así también, es esencial reconocer a los jubilados y ancianos, para que sean valorados y reconocidos con medidas concretas, evitando que se los vuelva a excluir con la pretensión de mantener un sistema económico equilibrado, en el centro del cual no estaría la persona humana, sino el objetivo de que las cuentas cierren. Navidad es ocasión para saborear una noche de paz sin grietas ni divisiones, compartiendo la mesa, símbolo de unión. Los enfrentamientos comienzan por la intolerancia a la diversidad del otro, lo que fomenta el deseo de posesión y la voluntad de dominio. Apropiémonos del espíritu de esas fiestas y abrámonos al reencuentro, acercándonos al que sufre y compartiendo la riqueza solidaria de la entrega.