Se dice que "la peor derrota de una persona es cuando pierde su fe". Esto, aplicado a un país es lo que le está ocurriendo a la Argentina. La gente va perdiendo la fe en la medida que la república no logra encontrar su rumbo, tanto desde el punto de vista social como económico y financiero. Son pocos los que confían en el potencial que nuestro país posee para salir adelante y muchos menos los que creen que la dirigencia está capacitada para este desafío. Son muchos los años de esfuerzos de los sectores vinculados al trabajo que no se han visto reflejados en un crecimiento auténtico o un mejor nivel de vida para una buena parte de la sociedad. El desmanejo financiero y económico sumado al descontento social y conflictos internos en distintos ámbitos, especialmente en el gobierno, hace que el índice de credibilidad y confianza en el país sea uno de los más bajos de Latinoamérica y se ubique un poco más debajo de la mitad de la tabla entre 180 países de todo el mundo. 


En torno a este panorama resultan alentadoras las palabras expresadas recientemente por el ex presidente del gobierno de España, Felipe González, quien ejerció entre 1982 y 1996 convirtiéndose en el mandatario que más tiempo permaneció en el poder. Su autoridad como figura destacada de la transición democrática de su país le da relevancia a su opinión de que "la Argentina es un país que con diez años de buen gobierno cambia su destino histórico". Basa esta apreciación en señalar que Argentina es un país con la misma dimensión demográfica que España, con una extensión y unos recursos infinitamente mayores y equiparable desde el punto de vista de la inteligencia, de la capacidad innovadora y de la preparación de la gente. Con todo este potencial González cree que Argentina no puede estar en la situación en que se encuentra y que su recuperación es sólo cuestión de voluntad de la gente y de designar a gobernantes con apoyo y empuje. 


La poca fe que tienen los argentinos en su propio país la encontramos en un líder democrático que más allá de admitir que su apreciación está basada en que "quiere mucho a la Argentina" es capaz de hacer un análisis en el que por ejemplo distingue la capacidad de recuperación de Brasil, señalando que ese estado en vez de 10 años necesita 40 años de buen gobierno para cambiar su destino, otorgando una clara ventaja a la Argentina en un posible proceso de recuperación. 


Esto debe llevar a pensar que teniendo en cuenta nuestra forma de gobierno, representativa, republicana y federal, está en nuestras manos la posibilidad de salir adelante fortaleciendo las instituciones y tratando de encontrar la nueva generación de gobernantes que tengan al crecimiento del país como prioridad.