Los abucheos, gritos y silbatinas con los que un centenar de jóvenes impidieron que los ministros de Cultura de la Nación y del Gobierno Porteño, Pablo Avelluto y Enrique Avogadro, respectivamente, pudieran pronunciar sus discursos, en el acto de apertura de la Feria Internacional del Libro del jueves último, no sólo empañaron esta fiesta anual, que es relevante para nuestro país, sino que pusieron de manifiesto el clima de intolerancia y prepotencia que impera cuando hay disidencias con algunas ideas.
En este caso, los jóvenes aprovecharon el calificado foro que se había dado cita en este evento cultural para protestar por el proyecto que se debate en comisión, en la Legislatura porteña, para crear la Unicaba, universidad que tendrá a su cargo la formación docente, que implicará disolver 29 profesorados que funcionan actualmente en la ciudad.
Más allá de que el reclamo tenga o no sentido, lo que se critica es el ámbito elegido por los estudiantes de la carrera docente para expresar su malestar y la forma en que lo hicieron, algunos de ellos usando máscaras, profiriendo cantos intimidatorios e irrumpiendo en la ceremonia hasta ganar el escenario, junto al ministro de Cultura para expresar un discurso que en ningún momento debería haber sido admitido en ese lugar.
Estos jóvenes, en su condición de estudiantes de la carrera docente, deben entender que no se debe utilizar el reclamo prepotente y exacerbado, en un sitio donde la gente ha concurrido para vivir otra experiencia. La imagen que dejan y los sentimientos que promueven seguramente no los beneficiarán y los marcarán como unos insurrectos que no son capaces de discutir una idea con altura y en el momento apropiado.
La Feria Internacional del Libro, que lleva 44 años realizándose en nuestro país, ha logrado algo que sólo los grandes eventos consiguen: no ser patrimonio de nadie en particular y adquirir un prestigio singular por la calidad de sus expositores, escritores y público en general que la visita.
Estos jóvenes han intentado apropiarse de este ámbito y utilizarlo en beneficio propio, algo que no corresponde y que va en contra de principios básicos de respeto al prójimo.
Es de esperar que entiendan que no han logrado nada con no dejar hablar a los funcionarios. Lo que sí han conseguido es reducir las posibilidades de diálogo y eso es un error muy grave en plena democracia.
