El filósofo español José Ortega y Gasset decía que "una nación es, ante todo, una solidaridad en ciertos principios". Principio: "Origen, razón fundamental sobre la cual se procede", deja en claro el diccionario. Cabe preguntarse en torno a cuáles principios gravita la sociedad argentina, que es capaz de protagonizar hechos de violencia o de saqueos a comercios como los que tuvieron lugar en nuestra provincia la semana pasada.


Indudablemente, esto ha ido transformándose con el paso de los años, pero la evolución de los principios, de aquellas razones fundamentales que articulan a una sociedad, no puede extraviarse en una multiplicidad divergente y hasta contrapuesta consigo misma, porque de tal modo una nación pierde su posibilidad de ser. Tampoco significa, de modo alguno, pretender unicidad en el pensamiento, sino de un grupo de acuerdos fundamentales para hacer posible una convivencia, amparada en la paz y en el progreso.
Si una parte de la sociedad es portadora de una constelación de ideas que tienen como factor común la confrontación con el resto, inevitablemente el conflicto tendrá una presencia recurrente. Tal sistema de ideas y principios llegan a asumir una dinámica propia, y no se hacen necesarias ya directivas para que hostilidades de distinto cariz emerjan.


Hay quienes sostienen que todos los problemas sociales se correlacionan con los mensajes de los medios de comunicación. Responde ello a una hipótesis de dudoso carácter científico, la Teoría del Cultivo, de la década del '60. Propugnaba esta que la realidad asimilada por las personas es aquella que les presentan los medios informativos. Y esta postura es la que parece haber convenido defender y promocionar a muchos responsables sociales. Las personas, más allá de los medios de comunicación que elijan, tienen sus propias perspectivas previas, una enseñanza recibida, un origen y microambiente, intereses y propósitos.


A menudo se omite el papel de los líderes que existen en una sociedad, en cada rubro, rango de edades, grupos de intereses y más. El líder tiene como función ser esencialmente un orientador, lo que pone de manifiesto su responsabilidad ineludible. Y los líderes son seguidos precisamente por eso, porque guían hacia un objetivo, muchas veces manifiesto y otras veces velado. Es mediante la lenta y constante acción del liderazgo cómo se van consolidando diferentes ideas que luego se integran en principios, especialmente aquellos que hacen posible a una nación. Por supuesto que se puede hacer exactamente lo contrario, con efectos claramente identificables. Y no se puede hablar en estos casos de errores o malas interpretaciones, porque siempre un principio se deriva de un trabajo lento y largamente persistente, como seguramente fue el que motivó los saqueos a las distribuidoras locales.