Si bien el Día del Niño siempre se ha caracterizado por ser un acontecimiento muy especial, en que los adultos homenajean a la niñez con regalos y eventos recreativos, que los maravillan y entretienen; ha llegado el momento de establecer que el mejor regalo que se les puede hacer, además de un juguete u otros obsequios costosos, es la necesaria cuota de afecto y enseñanza de valores que perdurarán a lo largo de toda su vida.

Hay padres que creen que por haber podido comprar en este día a sus hijos un valioso regalo, están cumplido cabalmente con su rol de progenitores, cuando en realidad lo importante es que ese obsequio vaya cargado de afectos y contribuya a la formación integral del niño, promoviendo valores esenciales necesarios para su proyección futura.

Erik Erikson, un destacado investigador de las etapas evolutivas de la infancia y la niñez, analizó las particularidades psicosociales que afrontan los niños y que son la base para el desarrollo gradual de su identidad en etapas posteriores. Sostenía que en la experiencia de que el niño tuviera relaciones significativas con personas familiarmente cercanas, le permitiría, luego, enfrentar con firmeza los conflictos que se le irían presentando a lo largo de la vida, con el solo objeto de vivirla con la mayor felicidad posible. De esta manera los afectos que percibe el niño en sus primeros años de vida, por parte de su entorno íntimo, padre, madre y demás familiares o personas conocidas, son fundamentales para garantizar un desarrollo pleno, algo que va más allá de la cuestión material y que representa el marco ideal que es responsabilidad ofrecer por parte de los adultos.

En momentos difíciles como los que estamos viviendo a nivel país, con un panorama socioeconómico preocupante, todos los esfuerzos destinados a proporcionar felicidad a los niños, deben pasar por el plano de los afectos, los sentimientos y la enseñanza que se pueda transmitir a los chicos.

Actualmente vale más un momento de sano esparcimiento, con algún otro gesto como agasajo necesario, que preocuparse por que los niños tengan lo último en tecnología, vestimenta costosa o juguetes sofisticados, que luego de un tiempo quedan obsoletos y en el olvido. El beso afectuoso con el que se da el regalo; el abrazo interminable con el que se funde un niño con su madre o padre; o el acompañamiento a ese niño a un parque o en una plaza, son gestos que van dejando su marca indeleble en los menores, ayudándolos a forjar su personalidad para su vida como adultos.

Debemos hacer que los niños sigan siendo los únicos privilegiados, y centro de nuestra atención, en la tarea de proporcionarles la mejor enseñanza de lo que es la vida, desde un punto de vista más humano a fin de intentar recuperar el sentido de la vida en su máxima expresión.