Evocar a Domingo Faustino Sarmiento en este día, a 133 años de su fallecimiento, es destacar la figura de un visionario de la conformación republicana tan adelantado a su época, que generó polémicas por la incomprensión de las políticas públicas que solo las naciones avanzadas comenzaban a aplicarlas. El Gran Sanjuanino sigue siendo un ejemplo de vida, desde sus orígenes humildes pero con la firme vocación de superarse a través de la educación hasta llegar a la presidencia de la República.
La vocación de servicio de un auténtico patriota chocó con los egoísmos y los intereses sectoriales, pero aferrado a su carácter inquebrantable dejó una huella profunda en el camino hacia la grandeza civilizadora. En 1868 dejó plasmada una frase para la reflexión de los políticos que le sucederían hasta ahora: "Fui nombrado presidente de la República y no de mis amigos", aclaró. Por eso su programa de gobierno no tuvo el imprescindible apoyo parlamentario, pero aún así y con sólo cuatro empleados en su oficina. ejerció su dinámica transformadora.
Para el Gran Educador el federalismo constituía un modelo estratégico y unificador contra la hegemonía porteña y la presión de los poderosos terratenientes defendidos por Alberdi. Los resultados los tuvo al recibir el gobierno con 30.000 alumnos primarios y dejar el poder con 100.000 educandos en seis años cuando se crearon 800 nuevas escuelas, trajo docentes norteamericanos y avanzó hacia la organización de la enseñanza superior y la capacitación hasta promover la primera política científica.
Sarmiento estadista no dejó nada al azar, desde el alambrado de los campos para determinar la propiedad, hasta las comunicaciones básicas destinadas a unificar derechos y posibilidades para todos. El telégrafo, los ferrocarriles las obras portuarias, la iluminación a gas y numerosas obras de infraestructura fueron parte del proyecto nacional, institucional y cívico, como nunca se igualó a través de la historia.
Nada fue fácil para un hombre que miraba el futuro de una Patria ideal, con la premisa de educar al pueblo en la verdadera democracia, con igualdad de oportunidades a fin de evitar sectores dominantes encerrados en sus intereses. "Para eso necesitamos hacer de toda la república una escuela", señalaba, pero los derechos básicos chocaban con los valores de los sectores dominantes. El viejo proyecto de educación gratuita, laica y obligatoria, ley 1420, pudo lograr sanción recién en 1884, con el símbolo del guardapolvo de igualdad social.
Cómo nos hace falta la lucidez, la sabiduría y el empuje político de Sarmiento en nuestros días.
