A 201 años de la declaración de la Independencia nacional, existe el deseo de reflotar los ideales de libertad que forjaron nuestro país.

El 9 de julio de 1816, fecha de la declaración de nuestra Independencia nacional, está considerada como la gesta más gloriosa de la emancipación política. Las acciones de los hombres que participaron de ese momento histórico nos trasladan a una época de gran fervor patriótico y de incondicional amor a la patria, y a los ideales de libertad que comenzaban a dar forma a un nuevo país.

A 201 años del Congreso de Tucumán, además de las muestras de gratitud a los representantes provinciales que hicieron posible este hecho, tenemos que reflexionar sobre esa libertad conseguida con tanto esfuerzo y que hoy no le damos su real dimensión.

Deberíamos plantearnos la independencia conseguida, como un proceso que nunca termina, y por el que hay que trabajar todos los días para su consolidación. Cada uno de los problemas que a diario viven los argentinos condiciona el estado de libertad. Tenemos a la muerte que ronda en las calles; la indignidad del desempleo; el deterioro de la calidad de vida y pérdida de derechos; la injusticia que nos hace desiguales ante la ley; la desnutrición en uno de los países más ricos en alimentos y la hipocresía de vivir una realidad sin intenciones de cambiarla. Cada uno de estos conflictos nos hacen menos libres y nos lleva a que no tengamos la posibilidad de disfrutar los derechos que emanan de nuestra Constitución, ni a cumplir con las obligaciones que el ser ciudadano nos impone.

A poco de haber celebrado el bicentenario de la Independencia se nos presenta, una vez más, la posibilidad histórica de generar los consensos y acuerdos necesarios, dejando de lado las estrecheces personales, partidarias y sectoriales. Estos factores deberían permitir la construcción sólida de una sociedad con desarrollo económico, equidad social e igualdad de oportunidades. Para esto nos hacen falta instituciones republicanas fuertes y valores éticos compartidos, y que podamos sostener un diálogo maduro y racional, que nos lleve a una gran concertación nacional.

Los 39 congresales que se reunieron en Tucumán, aquella fría pero soleada mañana de invierno sabían que si conseguían la independencia, y por lo consiguiente la libertad, alcanzarían la felicidad de un pueblo que quería un modo de vida distinto. Algo parecido ocurre en la actualidad con una sociedad que desea recuperar los fundamentos que forjaron a nuestro país como una nación libre y soberana, para iniciar una nueva etapa institucional, política y social.