La actitud de Uruguay de buscar acuerdos comerciales por fuera del Mercado Común de América del Sur (Mercosur) no es la correcta de un socio económico, pero tampoco debe sorprender porque durante dos décadas de tensiones con los países mayoritarios y discrepancias políticas en medio del estancamiento, es lógico buscar una flexibilización frente a las opciones que ofrecen otros mercados.


Por ejemplo Uruguay le exporta productos a Holanda y Turquía por igual valor de lo que le vende a la Argentina y su comercio exterior tiene una dinámica que choca con el lastre del Mercosur, más allá de las diferencias ideológicas del presidente Luis Lacalle Pou con Alberto Fernández y Jair Bolsonaro, quien asumió la presidencia pro témpore en la tensa reunión diplomática del viernes último donde reaparecieron las rispideces y críticas, sumando mayor tensión.


La decisión uruguaya de negociar acuerdos comerciales con terceros países, comunicada al bloque por Lacalle Pou, respeta el ordenamiento jurídico vigente y por ello no vulnera los principios de la asociación, pero a los fines prácticos este escenario de disidencias e intereses que nada tiene que ver con los objetivos de la alianza comercial. Para los uruguayos patear el tablero no tiene costos políticos como podría ocurrir en Brasil o Argentina, los socios mayoritarios que anteponen la disputa del poder.


Precisamente la posición de Lacalle Pou es ante todo una advertencia sobre la necesidad de replantear los objetivos del bloque negociando nuevas estrategias sin anteponer ideologías ni intereses sectoriales que frenan el verdadero sentido de una asociación económica. Esto también lo siente Brasil que pide eliminar trabas para los productos más baratos y dejar que el Mercosur sea sinónimo de ineficiencias, desperdicio de oportunidades y restricciones comerciales, según expresó Bolsonaro, a pesar de ser el país más beneficiado en el contexto actual.


La crisis de desconfianza entre los gobiernos lleva a Uruguay a buscar otros socios con acuerdos bilaterales que no son fáciles, teniendo en cuenta las dificultades de inserción comercial en el mundo globalizado, más ahora con crisis sanitaria. La lectura que surge del conflicto en el Mercosur es de un impacto más político que económico por el tiempo que lleva toda corrección de objetivos estratégicos, pero debe leerse entre líneas un sacudón para sacar al bloque de la modorra y encaminarlo en la misión fundacional, desvirtuada por la desconfianza política circunstancial.