Mario Ángel López está por cumplir 67 años y está casado hace 35, pero su vida cambió hace seis. Fue el 10 de abril de 2012, cuando nació su primer y -hasta ahora- único nieto: Luca de Felipe. Es el hijo de la Paulita (29), como él mismo llama a su hija del medio.

Mario es taxista en la Ciudad de Buenos Aires hace veinte años. Maneja cerca de doce horas por día. Y desde junio lo hace con una compañía muy especial: los dibujos de Luca, que coparon casi por completo el panel interno del techo de su Chevrolet Cobalt.

"No se me ocurrió para que lo vean los demás. Fue para mí, porque tengo a mi nieto siempre en la cabeza. El amor que le tengo es la explicación", confiesa con esa expresión en el rostro que solo en los abuelos se ve.

Empezó con tres dibujos. A los pocos días, tras la buena recepción de los pasajeros, se animó a llenar el techo, los parasoles y el volante, donde también muestra el arte de Luca. Dice que heredó la muñeca de su yerno y su consuegro para dibujar. Hay dibujos de Spiderman, Sonic, Tortugas Ninjas, Power Rangers, Teletubbies (entre otros personajes) y de alguna que otra escena familiar.

Esta historia tiene un capítulo previo: "En el viejo Renault 12, cuando era chofer y tenía que tener el auto muy lindo porque competía con los Peugeot 504 que te sacaban los viajes, puse algunos dibujos de la Paulita", cuenta Mario. En ese entonces eran del Boca multicampeón de Bianchi. Toda su familia es bostera.

Reconoce que algunos pasajeros "van en su mundo", pero que la mayoría se sorprende al subir al auto. Está encantado por lo que transmite. Lo resume con dos anécdotas: una vez, los dibujos calmaron a un niño que entró al taxi llorando desconsoladamente porque no se adaptaba al jardín; otra, le sacaron una sonrisa a una mujer que subió en la puerta de un hospital minutos después de la muerte de su padre.

"Trabajo para ganar dinero, pero la emoción de los pasajeros es mi recompensa preferida. Me gusta devolverle algo a las personas, sentir que pasé por la vida y dejé algo. En toda mi carrera, lo mejor que me pasó fue la gente. Es lo más importante, mucho más que lo que marca ese relojito (N. de la R.: señala el taxímetro)", asegura Mario.

Con Luca aúpa desde el asiento del auto, su lugar de trabajo hace dos décadas, Mario confiesa que su remedio para "sobrevivir" en el tránsito porteño es "el buen humor" y el afecto por su familia.

Y se sincera: "Para amar a otros, primero uno tiene que estar bien. Y acá, con estos dibujos, yo me siento bien. Me gustaría tener más nietos, pero soy un tipo muy feliz. La felicidad son momentos. Son pedacitos chiquitos y hay que disfrutarlos".