28 de enero de 2013, Newport Beach, Orange County, Los Ángeles.

—Buenos días. ¿Su nombre?

—Allen Gold.

—¿Su identificación?

—La olvidé en mi vehículo… no me haga regresar, por favor.

—De acuerdo. ¿Con qué médico acordó su visita?

—Ronald Gilbert.

—La enfermera lo acompañará hasta aquella sala. El doctor Gilbert lo recibirá pronto.

Hasta ese momento todo parecía normal. Salvo por dos cosas. Allen Gold en verdad era una identidad falsa. El verdadero nombre del supuesto paciente era Stanwood Elkus. Y llevaba escondido entre su ropa una Glock 21. Con ese arma tenía pensado terminar con la vida de Gilbert, a quien culpaba de todos sus problemas.

Ambos se conocieron por primera vez en 1992 en un hospital de Veteranos en Long Beach. Allí, Gilbert era tan solo un residente que tocaba el piano a los pacientes y poco más. Pero con Elkus entablaron una buena relación. El hombre había llegado hasta allí en busca de una solución a sus problemas urinarios. Gilbert lo derivó a otros médicos que le diagnosticaron estenosis uretral que requeriría cirugía, de la cual su nuevo amigo y confidente no participaría.

Pero todo salió mal y la operación no detuvo los dolores y molestias que tenía Elkus. Es más, el veterano comenzó a padecer otro tipo de trastornos. La primera: incontinencia. La segunda: su vida sexual dio un vuelco y no tenía erecciones. Su prometida lo abandonó. Tenían pensado casarse pronto.

Comenzó a obsesionarse. Sobre todo con Gilbert. Todos sus males los relacionaba con la frustrante operación. Todo aquello que era negativo en su vida lo vinculaba con su médico. "El señor Elkus comenzó a culpar de todos sus problemas al procedimiento", indicó el fiscal Matt Murphy ante la corte este lunes.

Fue así que desde 1992 hasta 2010 solo dedicó sus días a volverse loco. Y ese año comenzó a diagramar cómo sería su venganza. Transfirió todos sus bienes a su hermana. Y una vez que localizó al exitoso médico -Gilbert había realizado una estupenda carrera como profesional de la salud- inició la etapa final de su venganza.

En diciembre de 2012, compró una pistola. Eligió una Glock 21. Sabía que con ella no fallaría jamás. También sabía que, conociendo su obsesión, el médico no lo atendería si se presentaba con su verdadero nombre. Debería elegir una nueva identidad. Le pareció atinado bautizarse Allen Gold. Y así lo hizo.

Viajó hasta Newport Beach. Se presentó por primera vez ocho días antes de la fecha elegida y pidió una entrevista con el doctor Gilbert. La cita se acordó según su conveniencia. El médico había adquirido prestigio y dinero. En los últimos años había montado, junto con su esposa, una empresa farmacéutica. Y la tarde anterior a que la venganza sea cobrada, le había llegado una oferta muy tentadora por su pujante empresa: 30 millones de dólares.

Pero esa mañana, cuando Elkus se acercó al escritorio de entradas y se presentó, nadie creería que minutos después el infierno se haría presente. Fue acompañado por una enfermera hasta la sala donde lo examinaría el médico, se sentó en una camilla y esperó. Cuando Gilbert abrió la puerta, sacó su arma y disparó una, dos, tres… diez veces contra su humanidad. El blanco fue su pecho. En su cargador no quedó bala alguna.

"Estoy loco. Llamen a la Policía", le ordenó a las enfermeras que horrorizadas intentaban salvar su vida. Los otros médicos intentaron reanimar a su colega. Fue en vano. Mientras tanto, Elkus esperaba sentado con su arma apoyada en su pierna a que llegaran los oficiales y se lo llevaran detenido, según consignó Los Angeles Times.

Ante la corte, el hombre -hoy de 79 años- se declaró inimputable. Su abogada, Colleen O'Hara, indicó que desde el momento de la cirugía su vida se volvió una pesadilla y comenzó a experimentar una profunda depresión. Y que al momento del asesinato tenía demencia, que se aceleró en los últimos años.

El juicio, que comenzó ayer, contó con la presencia de los familiares de Gilbert, quienes se mostraron emocionados durante gran parte de los alegatos. Elkus, en cambio, logró sonreír una única vez. Fue cuando durante una lectura mencionaron a Toby, su perro ya muerto.