El éxito de “Baby Shark Dance” es difícil de dimensionar. Desde su publicación en 2016, el video más reproducido de YouTube acumula 16.400 millones de visualizaciones.
Para dimensionar sus reproducciones, la visitas de Baby Shark equivalen a los 10 videos más populares de Taylor Swift juntos.
Disponible en 25 idiomas, su tráfico proviene de todos los rincones del mundo: Estados Unidos lidera las reproducciones, mientras que Brasil es el país con más “me gusta”.
Sin embargo, todo ese poder viral no ha generado una fortuna proporcional para Pinkfong, la compañía surcoreana detrás del jingle de dos minutos. En una nota de The Wall Street Journal, el medio explica por qué se da esta paradoja.
La firma asiática obtuvo ingresos equivalentes a US$ 67 millones de dólares el año pasado –incluyendo las ganancias de YouTube– y un beneficio operativo cercano a US$ 13 millones.
Las restricciones de YouTube
El reportaje explica que la clave está en las estrictas normas que YouTube impone a los contenidos infantiles.
Tras un acuerdo extrajudicial con la Comisión Federal de Comercio (FTC) de Estados Unidos en 2019, la plataforma aplicó en 2020 una serie de restricciones a nivel global.
Entre ellas están la prohibición de publicidad personalizada, la desactivación de comentarios y la eliminación de notificaciones de suscripción, medidas que redujeron significativamente la interacción y, por ende, la capacidad de monetización.
Sin estas limitaciones, “Baby Shark” podría generar entre dos y tres veces más ingresos directos, según una estimación del académico Garrett Johnson, de la Universidad de Boston.

