A la espera de la presentación de la obra ‘El Farmer’, que trae Protea como último espectáculo de la temporada, DIARIO DE CUYO dialogó con Rodrigo de la Serna, uno de los actores coprotagónicos de la puesta junto a Pompeyo Audivert, que además, la dirigen entre ambos. El actor, quien supo ponerse el uniforme de San Martín en la película Revolución, El Cruce de los Andes (filmada en San Juan), Alberto Granado, el compañero y amigo de Ernesto Guevara en Diarios de motocicleta; y hasta el propio Jorge Bergoglio en Historia de un sacerdote, demuestra que su versatilidad y formación lo favorecen a encarar cualquier personaje histórico y le queda muy cómodo hacerlo.

¿Hay un aura que te envuelve cada vez que interpretás a un personaje histórico?

– Sin dudas, es la experiencia actoral más vasta y profunda que encarné en mi carrera. Porque todo está en juego. Me toca presentar a un personaje ominoso, un mito potente que sigue operando de alguna manera en la política argentina. Hay una entrega absoluta, es un festival de actuación que sucede en el escenario.

– ¿Por qué sacarlos de la solemnidad y mostrar que también fueron seres de carne y hueso?

– Es lo que hicimos en la película Revolución. El eje era eso, desacralizar a San Martín, el enfoque estaba ahí, mostrar su humanidad. Era un hombre común con una voluntad monumental e inteligencia extraordinaria. El reto fue mostrar esa grandeza en el cuerpo de un ser humano vulnerable que padeció sus dolencias y paranoias. Y en el caso de Rosas, fue al revés, Pompeyo se hace cargo de su faceta humana, de ese anciano que muere en su decrepitud.

– La industria había dejado de lado tocar temas históricos. Con este tipo de producciones, ¿se abrió un campo para explorar más en cine y teatro?

– Creo que sí. Resulta de vital importancia desentrañar nuestras propias mitologías. A partir de ahí, plantear temas humanos universales. Si no, corremos el riesgo de que siempre nos contarán la historia otros países y otras idiosincrasias ajenas a la nuestra. Shakespeare lo hizo con Enrique y Ricardo III. ¿Entonces por qué nosotros no podemos hacerlo? La industria de nuestro país la ha dejado de lado por momentos, lamentablemente. Pero los artistas debemos tomar el toro por las astas y hacernos cargo de nuestra propia historia y la podamos contar desde nosotros mismos.

– ¿Interpretar a Bergoglio también fue un reto actoral?

– Por supuesto, el más difícil. Porque es un personaje que está vivo y sobre todo por la voz. Porque Rosas y San Martín la podemos inventar, pero las inflexiones en el lenguaje de Bergoglio son clarísimas. Eso ya plantea un desafío importante. Además, él está escribiendo la historia en este momento. A la hora de encarnar una vida, se asumen muchos riesgos.

– ¿La pelea entre Sarmiento y Rosas fue el comienzo de ‘la grieta’ entre los argentinos?

– Creo que la famosa ‘grieta’ que se habla nace a partir de la lucha entre estas dos figuras antagónicas. Son dos colosos que siguen combatiendo en los campos metafísicos de la política argentina. Seguimos reproduciendo esta lucha de alguna manera. No creo taxativamente que Macri se parezca mucho a Sarmiento, ni tampoco mucho que Cristina o el kirchnerismo se parezca a Rosas. Estamos muy lejos de eso, pero sin dudas seguimos reproduciendo ese binomio entre los argentinos. En dividirse entre unitarios y federales, representados por las figuras de Rosas y Sarmiento.

– ¿Fueron ambos actores incomprendidos en su tiempo y en el presente?

– Yo creo que sí. Sarmiento es exaltado mucho por los sarmientistas. Es un gigante de la historia argentina, eso está claro. Pero también lo fue Rosas, pero la historiografía clásica argentina lo ha vapuleado mucho. No se merece el lugar que tiene. Cohesionó el poder de manera autocrática, es cierto, pero creo que se lo estigmatizó mucho. Defendió la soberanía nacional como nadie, por eso San Martín le regaló su sable. Murió muy pobre, jamás metió la mano en la lata. Hizo capitular a dos potencias mundiales, a Francia e Inglaterra. Sarmiento también fue violento, más allá de su genio literario y de todo lo que hizo por la educación pública argentina. La historia oficial lo ha limpiado en un mármol impoluto y blanquecino. A Rosas, lo arrojó a ser un prócer maldito de sangre. Esto no hace justicia a la verdad. Tenemos un prócer de mármol y otro de sangre. Es una mitología tan perfecta que construimos que no podemos escapar de ella.

– ¿Qué no se le perdona a Rosas y a Sarmiento?

– A Sarmiento se le perdona todo y a Rosas, nada. Esto fue lo que instauró la historiografía clásica de Mitre. Lo que yo no le perdono a Rosas es su manejo autoritario del poder. Y lo que no le perdono a Sarmiento es que consideraba al gaucho como un ser barbárico, inferior y que merecía la muerte. Esa visión tan polémica que instala que los criollos son bárbaros y los europeos eran todos civilizados, me parece muy criticable. Pero reitero que Sarmiento es un grande de la historia nacional por lo que hizo para la educación del país.