Bandoneonista, compositor y arreglador; Rodolfo Mederos es un ícono indiscutido en los escenarios. En esta oportunidad visitará San Juan junto al Cuarteto Gianneo, para la tercera función de abono de la temporada anual de Mozarteum San Juan. Desde su lugar como artista fundamenta por qué el tango es hoy un objeto de estudio académico y que perdió espacio en la cultura popular.

– ¿Qué busca transmitir y comunicar al público?

Hay músicos, públicos, periodistas y gente que trabaja para otros objetivos. Algunos lo hacen por los aplausos, otros por la fama y el dinero. Pero mis objetivos son distintos. Obviamente, necesito ganar dinero para subsistir en un mundo capitalista. Es una suerte de prostitución, pero es así. No lo inventé, lo heredé. El mundo es así, tenemos que vender aquello que más amamos. Es como alquilar los hijos. Pero aún en esas acciones que parecen ser mercenarias, el artista cobra por lo que toca. Cuando subo a tocar, no existe ningún otro interés, que es producir en el otro una sensación no placentera -porque desconfío mucho del ‘arte placentero’- y hacer un desacomodamiento interno. Es como cuando uno se va de mudanza. Si no produzco un cambio en aquel que me escucha, entonces no sirve para nada que venga a tocar a San Juan el bandoneón. Este es el asunto. Lo mío es intentar movilizarlos, intranquilizarlos. Que sientan que hay otro mundo. Esta es la tarea de todo artista bien parido, aunque cobre por eso.

– ¿Hay una demanda creciente por escuchar e interpretar el tango por parte los jóvenes? ¿Hay publico que se interesa más por el tango en todas sus expresiones? ¿Cómo lo mira?

– Es muy largo de explicar. Pero todo eso es una mentira, el tango no existe más. ¿Existe el barroco, existe la polifonía del siglo XV, existe San Martín? No. Sólo existen sus obras, pero eso ya pasó. Entonces, existen los tangos de aquella época, que es distinto. Hoy el tango no existe. Una cultura existe cuando se la vive en la gente. Hoy se lo mira al tango como una rareza. La música de la gente no es el tango, es la cumbia. El tango ya no pertenece más a lo popular. Sólo es propiedad de ciertos segmentos de clases sociales, nada más. La comunidad no siente más necesidad del tango, pero resulta que lo observa como curiosidad turística. Se pone de moda y se organizan festivales.

– Si es así, ¿cómo rescatar la esencia original del género y que vuelva a vivir?

Es muy difícil. Es como la tarea del paleontólogo, que estudia cómo vivieron los dinosaurios, pero ya no existen más. ¿Dónde se vio que una cultura popular deba estudiarse en una academia, en clases y en libros? El tango no ocurre en la calle, ni en la vida cotidiana. Sólo quedó como música de culto como le llaman ahora. Pero no tiene que asustarnos esto, porque todas las acciones del ser humano nacen, crecen, hacen una meseta -reproduciendo más de lo mismo- y luego decae para dar lugar a otra cosa nueva. Nada es eterno. ¿Por qué tendría que serlo el tango? Además, yo no comprendo lo eterno. Todos los períodos de la música transitaron por este ciclo. Pero preguntás, ¿después del tango qué? Y bueno, no lo sé. Tengo un gran signo de interrogación.

– Entonces ¿qué hay ahora?

Hay un mercado de música industrializada. Que no representa ninguna emoción de los segmentos populares y es conducida por las empresas multinacionales que incitan a que el pueblo consuma de manera indiscriminada y sin poder decidir. Si eso es cultura popular, ¡Dios me libre! Tenemos una gran confusión. Ya no existe la cultura popular que dio origen al tango y a otros ritmos. Acá debemos hablar de la globalización, de la masificación, de la pérdida de identidad y de la sociedad líquida que nos toca vivir.

– ¿Cómo afronta esta realidad como artista?

– Con desesperación. No sé qué debo hacer. Estoy como parado frente a la Mona Lisa terminada. Me queda observar y disfrutar, pero ¿nos arriesgamos a ponerle una rayita más? No. Por eso el tango es una pintura terminada. Al lado nuestro tenemos una tela vacía que no podemos llenar, porque no sabemos con qué. Un músico no compone porque estudió reglas de armonía en un conservatorio, sino que lo que pone en el papel, lo absorbe de su comunidad. Cuando Homero Manzi escribía ‘Sur, paredón y después’, era porque caminaba por las calles de Boedo, al sur de Buenos Aires y después del paredón, venía la inundación. Él hacía poesía con lo que vivía. ¿Qué puedo componer yo? ¿Sobre un celular 4G? ¿Qué me estimula para hacer música? Nada. Entonces desesperadamente ando buscando lo poco que ya la vida me puede dar de eso.

– ¿Cuál es su esperanza?

Si no estuviese esperanzado, no tendría sentido esta nota y no tocaría más. Me habría jubilado. Pero sigo en la batalla, con mis alumnos y estudiantes, con mi orquesta típica, con el trío, con Gianneo, con libros de aquí para allá. A mis 76 años, me sobra polenta, porque tengo la esperanza que las nuevas generaciones seguramente recuperen algo o reconstruyan la identidad de un pueblo. Cómo o con qué mecanismo, no lo sé. Estamos en un momento de dispersión donde ya nada es lo que era antes. Donde la gente corre y hace el amor a través de un teléfono. El tango no tiene cabida en este mundo. Estamos inundados de información falsa y pensamos que tenemos la vida resuelta, pero no tenemos tiempo para mirarnos con el otro. La gente ignora esto y no hay que confundirse. Puede pensarse que el tango sea una moda, pero el valor propio que tiene la música es diferente y es lo que más amo en la vida, pero ya no tiene vigencia en la sociedad.