¿Quién no habrá cantado alguna vez en el ‘auto de papá? Pipo Pescador, un personaje entrañable para miles de argentinos, trazó un sello inconfundible en el espectáculo infantil durante 40 años de trabajo en el teatro, la música, la literatura y la televisión. A los 65 años, Enrique Fischer (su nombre real) considera su misión cumplida. Por eso decidió guardar su acordeón Cirila, colgar la boina y el chaleco de lentejuelas para entregarse de lleno a una pasión postergada: el tango. DIARIO DE CUYO dialogó con el hijo ilustre de Gualeguaychú.
– Pipo Pescador se despide del público infantil ¿Es definitivo?
– Tuve una carrera fabulosa, pero a esta altura de mi vida me parece razonable dejar el espacio libre para otra gente que viene detrás y es justo que así sea. Además, quiero disfrutar más con mis nietos.
– ¿Fue una decisión difícil?
– Una de las cosas que enseña el budismo es que hay que despojarse de bienes y objetos para dar lugar a otras cosas nuevas que trae la vida. Como buen budista que soy, puedo quitarme las cosas sin esfuerzo. Lo que hice es limpiar mi espacio, para que cosas nuevas entren, eso no fue duro para mí. Lo más duro fue aceptar el paso del tiempo. Una realidad donde el público ha cambiado, que la televisión ha cambiado, la forma de presentar espectáculos ha cambiado. Se necesita tener otra personalidad, otra cultura comercial y artística para poder estar acorde a la actual fórmula de los productos infantiles.
– ¿Y desde cuándo quiere cantar tangos?
– Lo vengo postergando hace años. Tengo más de 40 composiciones, cómicas, sarcásticas sobre la realidad social argentina. Es un material que nunca pude mostrar como hubiera querido realmente. No quería confundir al público, así que le doy un cierre a la carrera de Pipo, para convertirme en Enrique Pescador que canta sus tangos. Será absolutamente todo teatral. Se trata de un show de Café Concert en vivo. Quiero empezar de cero otra vez, porque no soy nadie en esto.
– ¿Quién lo hizo inclinarse para el tango?
– El que más me acercó fue Edmundo Rivero, tuve una relación increíble con él siendo muy jovencito. Me quedaba hasta la madrugada en un cuartito chiquito del Viejo Almacén jugando a los dados con Edmundo y sus músicos antes de tocar. Con él aprendí y entendí mucho al tango.
– Ser Pipo Pescador le trajo alegrías, pero ¿también amarguras?
– Empecé en un contexto político y social difícil bajo la dictaduras cívico-militares. Tuve disidencias muy fuertes y en 1981 debí dejar rápidamente el país. Me escapé de la represión con mi hija Carmela a España. Ella tenía 9 años, creció, se enamoró y se radicó para siempre. De ella nació Guillermina, mi nieta que ahora está con 10 años y Lucas con 1 y medio.
– Si mirás el retrato de Pipo de ese tiempo, ¿Qué le dirías a la cara?
– Que fue un tipo especial. Lo miro ahora fuera de mí y le pregunto ¿cómo podía haber salido a la calle con esa ropa puesta? Lo llevaban preso todas las semanas y el papá de su novia, que era abogado, lo sacaba de la comisaría constantemente. Tenía pelo largo que era algo prohibido, usaba aros en las orejas, anillos en todos los dedos, trajes de color rojo, sandalias, pañuelos en el cuello hasta la cintura, fue todo un hippie. Fue un trovador, con el acordeón puesto al hombro dibujando en el vidrio, que jamás pensó en hacer un gran negocio; que construyó un mundo de significados para los niños…
– Antes de la despedida, qué mensaje deja a los chicos.
– A los niños les digo que confíen más en su mejor juguete, la imaginación. Que jueguen con ella. Todo lo demás, es producto del negocio de las jugueterías. La imaginación es el juguete más preciado que un niño puede tener.

