En medio de la preparación de su nuevo disco, y a casi dos años de su última visita a la provincia, Luis Salinas vuelve para deleitar a los sanjuaninos con un repaso de su carrera, donde no faltarán los tangos y el folclore que versionó en Clásicos de música argentina, y tampoco el blues y el jazz que retomó en Ahí va, su último trabajo, donde volvió a abrazar la guitarra eléctrica. Entusiasmado con el regreso luego de un impasse que considera necesario para no saturar, Salinas traerá no sólo esas joyas que desgrana en las cuerdas, sino especialmente esa sensibilidad que le permite improvisar e interpretar como pocos y que lo han convertido en uno de los guitarristas más importantes de la escena.
– ¿Te acordás cómo empezó tu relación con la guitarra?
– Mi vieja me contaba que cuando era bebé dejaba los juguetes por cualquier lado y lo único que guardaba en un rincón era una guitarrita. Y mi viejo me decía que cuando se juntaba con un amigo a tocar, yo me ponía a la par con una de plástico. Sin dudas es algo que viene con uno. Mis viejos me apoyaron mucho, mi padrastro también, pero mis primeros maestros fueron los discos y me fui haciendo escuchando, viendo, tratando de tocar con mucha gente…
– También estaba el don…
– Sí, hay una condición. Siempre digo que hay dos tipos de músicos, el que toca porque le gusta y el que toca porque si no se muere. Para mí tocar es una necesidad, y eso que yo tuve mi primera guitarra en serio recién a los 17 años…
– Era la que querías o la que podías tener…
– ¡La que podía! (risas) Era una guitarra eléctrica que necesitaba para tocar en un boliche donde trabajaba y que pude pagar porque era un trabajo fijo. Pero antes toqué siempre con violas prestadas y lo bueno es que así aprendí a tocar con diferentes guitarras. Lo bravo era que como las pedía por un ratito y las devolvía al día siguiente, después nadie me las quería prestar (risas).
– ¿Y cómo fuiste dirigiendo tu carrera? O no hubo una intención…
– Bueno, yo siempre pensé que no es lo que se toca, sino cómo; entonces lo viví así, fui haciendo las cosas de acuerdo a las necesidades que tenía. Y cuando ya no disfrutaba una cosa, hacía otra. Una vez, ya avanzado el tiempo, estuve con Adolfo Abalos y Hermeto Pascoal, dos grosos, y les conté que tenía miedo de abarcar mucho y apretar poco. Y los dos me dijeron algo que para mí fue fundamental: "Vos tenés que ser sincero con vos, de esa manera vas a ser sincero con el público. Después virá para un lado o para otro, pero no te olvides de eso".
– Ese consejo fue el horizonte de tu carrera…
– Exactamente. Yo entiendo que la gente no tiene por qué entender de armonías y ritmos, pero sí sabe cuando el artista es sincero, cuando está tocando lo que siente. La música es una energía, más allá de las notas… Para mí tocar es sentir que uno está en el lugar y el momento indicados.
– Jamás te dijiste ¿Qué estoy haciendo acá?
– Hay veces que uno está más inspirado y otras menos, pero no, jamás. Yo no podría ser otra cosa que músico.
– ¿Recibiste críticas de los academicistas?
– Cuando uno se muestra, siempre habrá gente a la que le gustás y otra que no, nada más…
– ¿Y te preocupaste por gustar, por demostrar?
– Al principio, porque a veces la libertad se paga caro. Pero desde hace tiempo sólo trato de ser el mejor Salinas posible y nada más. Una vez estaba con Rubén Juárez y yo trataba de explicar lo que hacía. Entonces el gordo, que no se come ninguna, me dijo "No expliques tanto y tocá". Y tenía razón. Yo trato de ser libre y sincero, de dar lo mejor. Y antes de tocar sólo le pido a Dios que la gente se lleve lo que vino a buscar.
– ¿Cuándo sentiste que disfrutabas realmente sobre un escenario?
– Siempre lo sentí, lo que pasa es que siempre también hay un momento para los nervios. Cuando no te conocen, porque tenés que mostrar quién sos. Y cuando te conocen, porque no hay que defraudar. Pero superado ese instante, todo es placer. Esencialmente soy una persona agradecida. Todo lo que me ha pasado ha superado cualquier sueño.
– ¿Considerás que llegaste?
– No, porque no me parece que haya que llegar a ningún lado, sino encontrar un camino y caminarlo hasta donde dé.
– Tu carrera te ha dado las mayores satisfacciones y también te habrá exigido renuncias ¿Hubo un momento que te haya marcado?
– Es una carrera sacrificada porque tenés que viajar mucho y tengo un hijo de 9 años… Pero como momento, el más fuerte no es grato. Yo había hecho teatros por el país, aunque nunca en Buenos Aires; y salió el Teatro Cervantes cuando tenía mi vieja muy enferma. Falleció un miércoles y yo tocaba el sábado. Fue muy difícil, porque por un lado estaba el teatro lleno y la música era la que me sostenía por momentos… Fue una prueba muy fuerte en todo sentido, porque yo estaba muy unido a mi vieja… Después de eso ya no me ahogo más en un vaso de agua.
– ¿Fue un buen recital?
– Sí, emotivo, fuerte.
– ¿Lloraste?
– Sí, en la segunda parte, cuando dije que se lo dedicaba a mi madre, me quebré. Y luego fue como si mi vieja hubiera estado ahí diciéndome "Tocá". Después me pasó algo curioso, porque iba a tocar con mi grupo en el Colón, y la noche anterior cuando me desperté, tenía la imagen de ella diciéndome "Va a estar todo bárbaro", y así fue. Ella siempre apoyó lo que hacía y cuando yo pensaba si me convenía o no, me decía "Mirá que yo quiero un hijo feliz"…
– Al final ese fue "el" consejo…
– Seguramente. Y marcó mi carrera y mi vida.