Cuando los años habían logrado mitigar el trauma que provocaron films como Tarántula (1955) y Aracnofobia (1990) -por citar dos emblemas-, llega una nueva apuesta del género que hará que los espectadores vuelvan a ver arañas hasta en sus sueños. Se trata de Vermin (o alimañas), primer largometraje del francés Sébastien Vanicek.

“Kaleb, apasionado de los animales exóticos, trae una araña venenosa a casa; pero accidentalmente el animal escapa y se reproduce. Ahora, los vecinos del edificio se enfrentan a una plaga de arañas mortales”, adelanta hasta ahí la sinopsis. Son los que ya vieron esta propuesta -que recibió el premio del jurado en el Festival de Stiges- los que cuentan detalles de un título que en general ha cosechado muy buenas críticas. Por ejemplo, que el tal Kaleb es un marginal que habita en un suburbio, que el bicho se escapa de la caja y se mete en unas zapatillas que Kaleb está a punto de vender, que el comprador del calzado muere tras probarse las zapatillas, víctima del artrópodo que empieza a reproducirse y a mutar rápidamente, colándose en todos los departamentos hasta convertirse en una horrorosa plaga. Ah! y que en casi todas las escenas usaron arañas reales (las Heteropoda maxima o arañas cazadoras gigantes), que recibieron trato de estrellas… al fin y al cabo, son protagonistas.

Un lectura social y familiar corren en forma paralela para los que quieren algo más que el simple e históricamente efectivo horror que provoca en gran parte de los mortales ver a las amenazantes patudas por todas partes; y si bien para unos es un accesorio, otros aseguran que es un punto a favor. De igual manera, tampoco ellos están a salvo del espanto.

Innecesaria nota al margen: obviamente Vermin no es recomendable para personas muy impresionables… salvo que además sean masoquistas.