La suspicacia es un sentimiento benigno que nos alerta de una posible amenaza, un escozor interno que sentimos cuando algo nos acecha o se nos oculta con el fin de perjudicarnos. Si bien es un sentimiento protector, puede convertirse en un factor de sufrimiento personal y vincular, sobre todo en las relaciones afectivas. Sospechar del otro implica vislumbrar acciones ‘extrañas’, algunas basadas en datos reales y otras imaginadas, pero con idéntica repercusión emocional.

En los vínculos amorosos, la suspicacia alimenta los celos y un sinnúmero de conductas dañinas que llevan a que la persona afectada comience a buscar indicios o pruebas para confirmar su percepción. Y, en este punto, las redes sociales se convierten en aliadas de la sospecha. Si antes se revisaban los bolsillos de los trajes o el maletín, hoy se espera el momento de descuido para hacerlo con celulares y mails sin consentimiento del otro. Se busca algo ‘oculto’ usando la misma táctica. Todas las elucubraciones detectivescas son posibles para encontrar la prueba de la deslealtad. Y de la comunicación ni hablar. Un hecho que podría resolverse expresando las dudas se convierte en una pesquisa que viola la intimidad, la privacidad del supuesto ‘infiel’. La persona que revisa queriendo saber que algo se le oculta, se convence que ésta es la mejor forma para descubrir al victimario. Y aunque la razón o la conciencia moral le recuerde que es incorrecto, lo hará sin culpa: ‘ojo por ojo, diente por diente’.

La persona que se mete en la intimidad ajena debe saber que ese acto solapado, minucioso, tiene consecuencias en la propia estima. Y si bien se puede justificar el acto con muchos argumentos convincentes, la intromisión en un ámbito que no le pertenece rompe una regla que supera a la pareja y a cualquier otra circunstancia social: el derecho propio y ajeno a preservar los límites de la propia existencia. Esta afrenta a la individualidad daña aún más la relación y hace más difícil la recuperación de la confianza mutua.

Consejos para no revisar datos ajenos (celulares, email, WhatsApp, etc.)

1- La suspicacia o sospecha nos pone en alerta ante probables acciones desleales. Comunicale a tu pareja tus dudas y traten juntos de resolver el tema.

2- Los celos dañan la relación. No te conviertas en un detective tratando de buscar las pruebas que lo/a incriminan. Cualquier dato puede ser malinterpretado, generando más conflicto.

3- Es posible que te enojes con vos si no encontrás nada. La ineficacia en tu búsqueda te lleva a redoblar la apuesta hasta convertirla en una obsesión.

4- Por cada acción de revisar te estás perdiendo algo de tu propia vida.

5- No dejes que los pensamientos intrusos y la desconfianza te apresen, al final vas a terminar perdiendo tu libertad.

6- las acciones que resultan de los celos afectan más la propia estima que el sentirte traicionada. Cada vez que se viola la intimidad del otro estás devaluando tu valoración personal.

7- Los acuerdos del tipo ‘yo le doy el celular para que lo revise’ no sirven. La confianza no se recupera cediendo derechos.

8- La comunicación abre puertas, la obsesión celosa las cierra.

9- Si existió infidelidad, tendrán que replantarse si pueden juntos, o separarse. En caso de continuar, el querer saber ‘los detalles’ de cómo fueron los pasos de la infidelidad, o el control sobre el otro, no sirve para reflotar la relación.

10- Una relación saludable no se sostiene con acciones invasivas, se sostiene con el respeto, la confianza y la comunicación sincera.

Por Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo.