Es de mañana y muy temprano. Sin embargo, desde el hall, el Teatro Sarmiento exhibe cómo se preparan los cantantes, técnicos y músicos para el estreno de El Barbero de Sevilla; la nueva producción de la Fundación Opera de San Juan presidida por el tenor Ricardo Elizondo que debutará este viernes y se repondrá el sábado y domingo.

Las voces se propagan desde el escenario hasta la última fila de butacas de la platea y provocan una vibración rara. Desde las 9.30, todos los días; seis cantantes de distintos lugares del país e incluso de Uruguay, se ponen en la piel del amistoso y justiciero Fígaro, la bella Rosina, el enamorado Conde Almaviva-Lindoro, el malvado Bartolo y los entrometidos don Basilio y doña Berta para recrear la Sevilla de fines del siglo XVII o comienzos del XVIII y dar vida a la ópera en dos actos de Gioacchino Rossini con libreto de Cesare Sterbini.

Los ensayos son sin el vestuario de época y la escenografía todavía no está montada. Sólo hay una mesa y algunas sillas, pero eso es suficiente para que ellos se sumergan en ese universo de enredos y desencuentros amorosos asistidos por las notas que fluyen del piano que ejecuta Mariela Vcchioli y la batuta de Lucía Zicos, quien dirige la orquesta de la ópera.

Al dejar sus bartulos en una de las butacas por ahora vacías, subir las escaleras y pisar el escenario; los actores olvidan sus cuestiones personales. Ya no son más ellos, ahora tienen que llevar a cabo la misión que el libreto demanda.

Pero así como entran en las diferentes situaciones que se plantean en la obra; los intérpretes salen y recobran su verdadera identidad, como si nada. Sea porque el resigeur así lo requiere, porque uno pide gancho para sacarse alguna duda en torno a su personaje o un fenómeno externo sucede y detiene el cuadro.

"¿Escucharon ese ruido?. ¿No será terremoto?", dice el barítono tucumano Pablo Bemsch, anticipando la entrada a escena de Fígaro -su papel- al encuentro de la joven Rosina, quien hasta la interrupción no había percibido el movimiento y seguía cantando su amor hacia el conde. Las risas cortan el climax y obligan a una pausa. Pero sólo unos minutos no más.

Inmediatamente el regiseur vuelve a ruedo para que los artistas no se dispersen.

Las marcaciones de movimientos, de diálogos, entradas y salidas; todo forma parte del armado de las escenas. "Un poco más acá", "Bien así", "Para adelante"; "Hace así…"; son algunas de las órdenes que imparte Felipe Hirschfel desde su puesto de regiseur y como poseído por los textos, comienza a hacer fonomímica y a meterse en los personajes como si todos pudieran ser interpretados por la cabeza de una única persona.

Y como no todos ensayan a la misma hora, el elenco se va completando con el transcurso del día; otro de los motivos que fuerzan la desconcentración de quienes están en las tablas, que aprovechan el recreo para comentar asuntos de vocalización con sus compañeros. Así, el entrenamiento sigue su curso hasta que llega la hora del final, un parate hasta el día siguiente, cuando todo vuelva a repetirse y cada vez con más exigencia, ante la proximidad del debut.