Además de ser jóvenes, la lucha diaria es otro punto en común que tiene un grupo de chicos que trabaja constantemente para que, familias enteras de escasos recursos, puedan acceder al arte y la cultura a través de distintos talleres. Autodefinidos como una ONG, esta treintena de universitarios -en su mayoría- llevan adelante el funcionamiento de "El Barro", un centro cultural que nació hace poco más de un año. De esta manera, los habitantes de las villas aledañas a la Esquina Colorada tienen la posibilidad de aprender, en forma gratuita, literatura, teatro, cerámica y danzas; y también tomar clases de apoyo escolar.
"Con esta iniciativa les estamos proponiendo, a los chicos en especial, una nueva alternativa que, quizás sus padres y abuelos no la tuvieron", contó Jorge Porres, quien agregó que "Si bien son varias las personas que trabajan por este proyecto, las manos a veces no alcanzan para cubrir la creciente demanda de los vecinos".
Tal vez la fachada del lugar no atrae demasiado la atención de los que pasan por allí, pero al traspasar la puerta los colores de las paredes, los colgantes que adornan la sala y los carteles con frases que giran en torno al amor, el juego y los sueños, dan cuenta del clima que se vive dentro de esta semilla sembrada, que ya está dando sus frutos.
Sin ninguna bandera partidaria, los jóvenes trabajan a pulmón para poder atender a más de 60 vecinos de las villas Rodríguez Pintos, Wilkinson, San Roque y Flora, entre otras. Ninguno tiene una función específica, todos aceitan el motor del centro cultural.
Así, esa humilde casa de adobe se llena de riqueza permanentemente con el aporte de los chicos y la voluntad de aprender por parte de quienes concurren. Y aunque entre esos paredones de adobe no hay lujos -el escenario del fondo que está hecho con troncos y tiene luminarias armadas con tachos-, el aire que se respira en el interior del Barro es cálido y ameno, y grandes y chicos disfrutan al máximo de las jornadas diarias.
"Lo satisfactorio es que los niños, no están en las calles. Una vez que entran, no importa cuánto van a aprender de teatro el resto de sus vidas. Lo interesante es que hoy están acá, están contenidos y eso es suficiente", reflexiona Matías Mambrete.
Si bien aprender alguna disciplina ajena a la escuela en general requiere de un desembolso económico, "en el grupo tratamos de revertir esa situación y brindarles esa posibilidad gratis", cuenta Jorge "Pollo" Porres, uno de los chicos a cargo del lugar.
Para solventar los gastos del centro cultural, organizan un espectáculo artístico mensualmente (el próximo será el 6 de junio desde el mediodía en El Palomar). Con estos fondos pagan el alquiler y compran materiales que se necesitan en los cursos. "La UNSJ les otorgó un subsidio para poder renovar el contrato. De todas maneras hay personas que hacen donaciones, como las mesas donde trabajan los más chiquitos que nos regaló una maestra jardinera", contó Erica Gutiérrez.
Con el firme propósito de continuar esta gran iniciativa, la idea es que se sume más gente, tanto para colaborar en cualquier tarea como para aprender las diferentes disciplinas.
"Apuntamos a que ellos se apropien del lugar a futuro y que hagan lo que estamos realizando ahora. Y algo de eso ya se está concretando como es el caso de una de las chicas, que empezó viniendo a tango y ahora da clases de reggaeton", señaló Gutiérrez.
Más allá de enseñar, estos jóvenes persiguen otro objetivo, quizás el más significativo de todos: Inculcar valores mediante este espacio.
"Creo que en realidad hay un concepto errado en el sentido de que mucha gente cree que porque son chicos de la villa tienen menos capacidades. Pero en El Barro la realidad muestra todo lo contrario, muestra que estos chicos se interesan, aprenden y se toman esto con mucha responsabilidad", remató Porres.

