El pasado 22 de octubre y luego de luchar contra neumonía, falleció Mario Pérez, uno de los artistas más importantes de la historia sanjuanina y también argentina. Su partida no sólo conmocionó al ambiente artístico provincial y nacional, sino que la noticia llegó al Viejo Continente y este martes salió publicada una nota sobre él en el prestigioso diario ABC, uno de los más importantes de habla hispana.

El autor del artículo fue Juan Manuel Bonet, un referente en el mundo del arte y de la cultura en España, que también supo ser director del Museo Reina Sofía de Madrid y quien precisamente prologó el catálogo de Pérez en el Palace de Glace de Buenos Aires, en 1996.

El artículo completo de Bonet

Juan Manuel Bonet

 

Pintor de la Argentina profunda

Su pintura era de grandes extensiones: ocre de la tierra y azotada por el Zonda.

Mario Segundo Pérez nació el 14 de agosto de 1960 en San Juan (Argentina), donde ha fallecido el 22 de octubre de 2018. Fue un pintor apasionado por su profesión que vivió como una religión y que le llevó a vender en las grandes subastas latinoamericanas.

De Buenos Aires me llega, vía mi colega y amigo Miguel Fernández-Cid, que la supo por Jorge Rey, la triste noticia de la desaparición, a consecuencia de una neumonía, y a los cincuenta y ocho años, de Mario Pérez, pintor cuyano al que ambos conocimos en la capital federal, hace ya bastante tiempo, y del que yo prologaría un catálogo.

En una de las torres manhattanianas de Puerto Madero fue donde tuvo lugar mi primer encuentro con Mario Pérez, en la oficina donde trabajaba y me imagino sigue trabajando Jorge Rey. El pintor, corpulento y afable, había recorrido los 1.200 kilómetros de San Juan a Buenos Aires en una desvencijada furgoneta, con cuyo cargamento improvisó una suerte de individual. Luego paseamos por La Boca, y visitamos el Museo Quinquela Marín. Me había hablado de él, y había organizado nuestra cita Diodoro, un vendedor del Rastro madrileño, que me había enseñado fotos que me habían parecido de interés. Aquel día el pintor me invitó a visitarle en su remota provincia norteña. De Cuyo, donde por desgracia nunca lo visité (él sí estuvo por Madrid), yo sabía y sé poco. Uno tras decir que conoce Argentina tiene que especificar enseguida que en realidad ha estado (eso sí, unas cuantas veces) en «la cabeza de Goliat», como llamaba Ezequiel Martínez Estrada a Buenos Aires. Y que ha visitado también La Plata, y Rosario. Y nada más. Y todo lo demás, lo muchísimo que es Argentina… sigue pendiente.

Hay una verdad muy verdadera en la pintura de Mario Pérez. Pintura de grandes extensiones: ocre de la tierra arañada y azotada por el Zonda, y azul del cielo y de la bandera. Pintura con vocación de esencialidad, no reñida con cierto costumbrismo a lo Figari. Trenes iluminados en la noche, que cuando los descubrí trajeron a mi memoria los poemas ferroviarios de su compatriota Santiago Ganduglia, y uno minimalista del brasileño Oswald de Andrade sobre un convoy que parte el continente en dos. Pescadores, barquitos, arcas en la luminosa inmensidad ultramarina. Carnavales y bailes de una alegría melancólicamente felliniana. Fogatas del día de San Juan. Circos, tiovivos, parques infantiles con balancines… Ciclistas. Zeppelines. Iglesias metafísicas. Tristes capeas. Jinetes «arreando la tropilla»: qué bonito título. En la cultura argentina, importancia de lo rural (y de La Rural, donde se celebra Arteba, el Arco de Buenos Aires): Martín Fierro y Don Segundo Sombra, Hudson, Fray Guillermo Butler, Malanca, Gertrudis Chale…

Esa es la tradición en que se enraíza, renovándola, Mario Pérez, pintor apasionado por su oficio, que vivía como una religión. Celebró no pocas individuales en Buenos Aires, en sitios tan importantes como el Palais de Glace (1996 y 2004), el Museo Nacional de Bellas Artes (2000) y las galerías Praxis y Zurbarán. Fuera de las fronteras de su país, obtuvo la prestigiosa beca Pollock-Krasner, vendió en las grandes subastas latinoamericanas, expuso en Miami, Santiago de Chile, Londres, Tarragona…