La noche estaba iluminada por las luces del despampanante teatro porteño. La gala atraía a los grandes exponentes de la comedia musical argentina. Los premios Hugo hacían desfilar a los actores entre la muchedumbre, una vez adentro, los invitados se codeaban con sus pares artistas, productores, empresarios, y viejas estrellas poco conocidas por su escasa exposición mediática. Lo que más le impresionó a Eduardo Cantero Saita fue la delgadez de Diego Ramos, completamente pálido y poco amable. Lo segundo fue la premiación en sí.

Había llegado hace unos días a la Ciudad de Buenos Aires con la esperanza de encontrarse con la máxima figura viva de la década dorada del cine argentino: Rosa María Juana Martínez Suárez (Mirtha Legrand). La velada para él era sólo el preludio de lo que sería su estancia allí. Como estudiante de Comunicación Social de la UNSJ viajó bajo la organización  del  Centro de Estudiantes de la Facultad de Sociales pero los contactos en la ciudad le hicieron dejar a sus compañeros e ir a parar a la casa de Daniel Falcone, un reconocido productor teatral que fue jefe de prensa de Canal 9 durante 15 años, un puesto justo por debajo del Zar de la televisión, Alejandro Romay.

La anhelada fotografía con la diva nacional.

No era una semana fácil para la nonagenaria conductora de almuerzos y cenas. Hacía una semana que falleció su hermano y sólo su conocida actitud del público primero la habían hecho, una vez más, concurrir al plató. Eduardo la conoció en 2018, en el marco de otro viaje facultativo de recorrido por los principales medios del país y había decido que, pese a su gran admiración por lo que la mujer ícono de la TV representaba, no la molestaría. No obstante, con intervención de su amigo productor, e incluso ante la inicial negativa de él, los productores de Almorzando con Mirtha Legrand lo hicieron pasar a la zona de camerinos para saludar a la diva. El encuentro fue breve, pero representó el paroxismo de su vida. “Fuerza Chiquita” alcanzó a decir, luego de que lo presentaran: “Viene a saludarte Eduardo Cantero de San Juan, el muchacho que le trajo un portarretrato el año pasado”.

Ahora, Eduardo está sentado en un sillón blanco estilo setentero –probablemente sean nativos de esa época- con raros apoyabrazos. Al pasar por el umbral de la puerta de casa de su abuela, se escucha música que uno tarde en reconocer. “Es Sandra Mihanovich”, dice, y no tarde en contar una anécdota similar a su encuentro con Legrand: Había ido a verla al Auditorio Juan Victoria, soy fan de ella de hace muchos años, cuando hablaba con el público hacía referencia a los discos de vinilo y yo levanté el mío, entonces todo el público me señalaba y Sandra lo vio ‘a la salida te lo firmo’, me dijo”. Así fue como consiguió el autógrafo de la cantante en la portada del disco.

El momento del autógrafo al salir del concierto en el Auditorio Juan Victoria.

La fiebre de Cantero Saita por el vinilo es vieja, desde la adolescencia empezó a interesarse por ese reproductor de música de antaño. Su abuela tiene un tocadiscos en el living, es de donde brota el melodioso sonido que nada tiene envidiarle a un celular, en calidad, aunque sí en tamaño y portabilidad. Un día, el joven de 25 años caminaba por el centro y entró a una casa de antigüedades, decidió comprar un par de discos y probar suerte. No los soltó más. A Eduardo todo lo relacionado con las antiguas épocas de gloria de la cultura argentina le obsesiona. Su voracidad por la compra de vinilos no es diferente a su admiración por Legrand o Libertad Lamarque. Es un hombre que convive entre el pasado y el presente, o, mejor aún, lee el pasado con el ansia de disfrutar las joyas producidas. La colección de vinilos alcanza los 200 ejemplares, eran más pero un incendio devoró una parte de ellos, junto con libros y piezas cinematográficas de la época. Cantero ausculta con precisión lo que ya no es. Mientras Mihanovich entona un alto, cuenta que el tocadiscos de casa no funcionaba pero con paciencia y algunos videos de Youtube logró improvisar una púa con un alfiler y dio resultados sin rayar ni romper nada.

En un principio asaltó –en sentido figurado- las tienditas de antigüedades. Cuando eso dejó de ser suficiente, pasó a ir casa por casa en el vecindario que se encuentra detrás del Auditorio, preguntando si tenían discos para vender o, en el mejor de los casos, regalar. “Si me preguntas por qué el vinilo, no lo sé”, dice. Aunque aventura que quizás sea porque su abuela guardaba las garrapiñadas y turrones en el tocadiscos, para las fiestas. Otra cosa que hizo para conseguir más objetos a su colección fue no comer en la escuela. “Como iba a la Escuela de Enología, me daban plata para el almuerzo, entonces dejé de almorzar y con algunos sándwiches que no me comí compré un tocadiscos valijita” cuenta mientras se ríe y señala al aparato de color rojo.

Conjuntamente, su necesidad de escapar por unos minutos de la realidad circundante, lo llevó a repetir segundo año del secundario. Su padre lo retaba, ‘dejá de ver tanta televisión, eso no te va a llevar a ningún lado”. Con algo más de 14 años, Eduardo veía programas argentinos de todo tipo y, en su mente, recababa anécdotas y datos interesantes. El paso de los años y las responsabilidades le hicieron movilizar su deseo hacia los libros. En una repisita, al costado del más largo de los sillones, hay un ejemplar del libro de Carlos Ulanovsky y Pablo Sirvén sobre el detrás de escena de los hechos más relevantes de la industria del entretenimiento en el país.

Con delicadeza, pero sin la manía que cualquiera puede creer que tiene, coloca el pedazo negro de policloruro de vinilo, con su superficie estriada en forma de espiral modulada, en el gramófono automático. Los movimientos son lentos y un poco imprecisos, uno pierde el aliento a la espera de que el disco baje hacia la base y sea picado y rasgado por la púa improvisada. La segunda parte de la estancia en la casa Cantero Saita, tiene como banda de sonido a The Beatles. ¿La canción preponderante? No podía ser otra: Yesterday, la genialidad de la letra de Paul McCartney, “oh, creo en el ayer”.

Canciones de Amor de The Beatles

Los ánimos de colección del estudiante de Comunicación son contrarios al consumo desenfrenado y propone un escape, quizás no intencional de la moda vintage o el revival. ”La mayoría de los discos los compré por cuatro pesos o hasta veinte, es una locura pagar mil pesos en un local céntrico, algunos, a pesar de ser nuevos, vienen fallados”, cuenta, al mismo tiempo que pone cara de indignación y se ríe un poco de sí mismo. Muestra la sonrisa metálica, producto del adorno de la ortodoncia y dice “llegué a pagar hasta cien pesos pero después me dije que no iba a gastar, porque en algún momento van a aparecer o va a llegar el disco cuando tenga que ser, o no sé”. Además, acentúa en su discurso que prefiere comprarse un disco viejo a uno remasterizado. “Los discos tienen una historia, frases de amor de la gente que los regalaba para cumpleaños o las fiestas. Siempre hay una historia detrás del vinilo”, asegura. En una sociedad consumista, este modo de colección es una fuga al capitalismo. El habla de Eduardo cobra reflexividad y acota lo que ya dijo muchas veces, pero más lentamente, deja varios segundos vacíos, mira con fuerza, “es tener un pedazo de la historia”.

Modern Clix de Charly García

DATOS RELEVANTES:

  • Discos de vinilo: +200
  • Años de colección: 7
  • Disco preferido: Cuatro estrofas de Sandra Mihanovich (autografiado) y Canciones de Amor de The Beatles
  • Disco más costoso: Modern Clix de Charly García (en Mercado libre ronda los $10.000)
  • Rareza: Shock de Éxitos de Susana Giménez (uno de los pocos discos que grabó en el auge de su carrera actoral, aunque su valor monetario es muy bajo).