Si hay alguien que sabe sacarle el jugo al papel de antihéroe es Marcelo Tinelli. Poniendo cara de pavote, haciéndose el ingenuo y muchas veces hasta rozando el ridículo (un límite que bordea con divertida astucia), el conductor volvió a trepar el podio del rating, a posicionarse como el mejor showman de la pantalla chica; e incluso a crear la agenda de lo que hablará el resto de los programas y medios al día siguiente. Una victoria que se vislumbra casi como una revancha de aquel esquivo 2009, que al final terminó domando.

"¡Soy un Carlitos yo!" repite cada tanto con dudosa modestia ese que no duda en quedar como un cobarde ante la custodia fortiana, el mismo que desnuda y compara su magra anatomía con los abultados músculos de Maxi D’Iorio, que ostenta sin pudores sus pata de palo para el baile y que se hace el perdedor con las chicas, a sabiendas de que hoy es el "soltero más codiciado" del país… o "el George Clooney argentino", como lo calificó la bella Lola Ponce.

Cómodamente instalado en su rol de humilde servidor, haciendo sentir dos escalones más arriba al resto de su excéntrica y egocéntrica troupe, el astuto "cabezón" arma y desarma a su antojo. Cada noche da muestras de eso. Aunque pueda parecer otra cosa, él decide si los minutos de aire para el escandaloso chocolatero serán más o menos generosos; como así también -y aunque ponga cara de "yo no fui"- tiene la manija de los novelones que ganan la pista y que deja correr o no a pura conveniencia. Y él es quien -¿alguien lo duda?- el que crea y resucita personajes con su pupila de oro: desde el ya popular Tito (aunque le pese a Fort, ver aparte) hasta la consagrada Carmen Barbieri, hoy toda una capocómica a quien rescató del bajo y que reconoce deberle hasta la casa que compró. Odiado, alabado, criticado, respetado… Lo único que Tinelli no tiene es un pelo de sonso.