Eduardo pasa muchas horas del día leyendo y escribiendo sobre temas variados, que pueden ir desde un homenaje por el Día de la Madre hasta una historia de ficción.

Foto: Gentileza Residencia Eva Duarte

Eduardo Fernández no se acuerda exactamente cuántos escritos tiene. "Son muchos", dice estirando la "u" el hombre, simple, amable. "He escrito tanto que creo que ya tengo para dos libros", agrega. Decenas, cientos de hojas tal vez que dan testimonio del interés y la creatividad con los que aborda -según la musa que baje en el momento- historias de lo más variadas, desde los orígenes del Himno Nacional, hasta poesías y cuentos. Justamente uno de esos cuentos quedó en el segundo puesto a nivel provincial de esa disciplina, categoría Adulto mayor, en los reciente Juegos Culturales Evita. Se llama "Los sueños de Catalina", un personaje recurrente en su obra y el jurado elogió especialmente su originalidad. Eso no sólo lo llenó de alegría y satisfacción, sino que además fue un aventón para seguir con esta pasión que, curiosamente, descubrió "de viejo", apunta risueño. Eduardo tiene 66 años cumplidos el 9 de noviembre y nunca había escrito. Comenzó exactamente el año pasado, cuando -sin familia y con parte de una pierna amputada- ingresó en enero por motu propio a la Residencia para adultos mayores Eva Duarte (ex hogar de ancianos). Fue justamente el personal del área cultural de la institución el que animó a un puñado de internos a participar del certamen, pero él jamás imaginó el resultado. "Yo no sabía si escribía bien, pero bueno, se lo dejé a Dios; y Él habrá sido jurado también", dice con picardía en charla con DIARIO DE CUYO.


Ya en el Hogar, la Biblioteca se abrió como un universo infinito ante sus ojos. De a cuatro o cinco libros trasladaba en su silla de ruedas, los devoraba, los devolvía y sacaba otra tanda más. Así una y otra vez. "Voy y vengo. Parece una Fórmula Uno la silla de ruedas. Ahí va la laucha, me dicen", bromea. Eso despertó sus ganas de escribir. Su incipiente pasión tuvo dos grandes impulsores: Uno, su amigo Oscar Galarza que un día le dijo "Patita, que te parece si escribimos un libro?". "Y como Oscar no puede escribir porque está imposibilitado de los brazos, bueno, le dije que lo hacía yo", señaló sin olvidar que una docente de una escuela se llevó varios de esos escritos con la promesa de editarlos "en nombre de todos los abuelos, no solo de Oscar y mío"; pero con la pandemia, quedó en suspenso. El otro aliciente vino de una compañera de mesa, Ida Santillán, una escritora mendocina a quien le pedía algunos consejos, que cada tanto revisaba sus producciones y lo alentaba con un "vas bien, seguí, seguí nomás". Birome y papel en mano, desde entonces Eduardo se pasa horas y horas escribiendo y corrigiendo, a veces hasta bien entrada la madrugada cuando el sueño dice "no más por hoy".


"Antes, por los trabajos que tenía no me daban los tiempos para hacer esto, aunque la verdad que ni lo pensaba tampoco", explica quien nació en Concepción y vivió en Chimbas. Muy lejos de la Literatura, su vida transcurrió entre distintos trabajos con los que se ganó la vida desde muy joven. Empezó a los 14 atendiendo una farmacia -"mucha responsabilidad", acota; y a los 16 pasó a la tradicional Casa Postigo, como vendedor del sector de bazar. Luego vino el servicio militar, durante el cual combatió dos veces contra las organizaciones guerrilleras en Tucumán, a mediados de los "70 y vio morir a varios de sus compañeros de la compañía de montaña. "Eso es algo que no se le borra nunca de la cabeza a uno, pero sobre eso no me gusta escribir, no me dan ganas", confiesa. A los 28 años empezó como empleado público, primero en el taller de carpintería del obrador (donde conoció a Mario Pérez, el artista fallecido a quien admira y de quien lamenta su partida "tan joven"), luego en el Centro de Cómputos y finalmente como mozo de Casa de Gobierno, a fines de los "90. Después tuvo un puesto de frutas y verduras en la puerta del viejo Matadero y allí fue donde tuvo el accidente que terminó en la amputación. "Pisé un clavo. Los muchachos me decían que me ponga la antitetánica, pero yo contestaba "No me ha matado una guerra, me va a matar un clavo". A los tres meses ya no sentía nada de la rodilla para abajo, aunque el color de la pierna era normal", rememora. Aferrado a la fe, no se dejó abatir por eso. Y recalca que tampoco se deprimió cuando le llegó la jubilación.


"Hay gente que cuando se jubila siente que está todo mal ya, no sabe aprovechar las oportunidades que le da la vida, que nos ofrece Dios. Yo todos los días le agradezco a Dios un día más de vida. Él es el único genio de todo", valora el hombre, que además aprendió a pintar mandalas.


Y entre esas oportunidades, para él está escribir. "Es algo que desconocía yo nada que ver pero tiene tantas vueltas este mundo, que no sabe el día de mañana qué le va a deparar a uno", reflexiona Eduardo, quien "mientras haya papel y lápiz", seguirá escribiendo. Y, por qué no, participando de concursos.


"Más vale, es una oportunidad que le dan a uno. Los de ahora son gente experta del jurado y mire qué hermoso lo que han dicho. Me dan ganas de seguir, es un empujón que le dan a uno, anímicamente", comenta Fernández, para quien sus historias lo ayudan a "ocupar la mente en otra cosa".


- Con tanto escrito en tan poco tiempo y distinción incluida ¿Se siente un escritor?
- No, para nada. Yo me siento útil, nada más.

 
 

  •  El cuento: "Los sueños de Catalina"

Catalina es una niña de ojos verdiazules, o sólo verdes, o sólo azules cuando el tiempo lo decide. Tiene el pelo casi rubio o casi castaño, según el sol que le dé.


Ha pedido a su mamá bolsillos en los vestidos. Las sábanas, las puertas del ropero, la bici y al cuaderno, guardarlos. Porque se le escapan. Cuando sueña, los ordena por colores, tamaños, aromas. El problema, es que escucha sus risas -Catalina ríe a carcajadas- enloquecen y se mezclan en pompones que huyen hacia los cuentos.


Allá dibujan toboganes transparentes para viajar más rápido, pintan alegrías en las páginas asustadas, arruina con lágrimas las bodas de los príncipes, devoran la comida de las abuelas y derraman jugo sobre las letras. Las grandes se arrugan y las pequeñas estrena orejas de elefantes.


- ¡Caty, hasta cuándo!
Protestan las tapas de los libros, mirándola furiosos. "¡Hasta cuándo!", suspira ella muy triste. Se abraza a la luna y le confía sus penas.
Sólo sabe soñar "sueños huidizos".
Pinocho, que anda remendando estrellas, le dice: "¿Siempre huyen hacia el mismo lugar?"
- Sí.
"¿Siempre revuelven la biblioteca?"
Sí, porque sueñan tener su propio cuento: "Escríbelos, Cata"
Catalina obedece y escribe.
"Ahí va la niña escritora de cuentos para sueños", dicen en su escuela al día siguiente.


Autor: Eduardo Fernández