Ante un público entusiasta que celebró la propuesta (y en el que estaban presentes la viuda de Borges, María Kodama, y Santiago Kovadloff, que se presentaron anoche en el mismo escenario), el sábado tuvo lugar la última entrega del año de La Ópera de San Juan. La flauta mágica, célebre obra de W.A. Mozart puso sobre y debajo de las tablas a un equipo que estuvo a la altura del desafío, nada menor considerando no sólo el debut del título en San Juan, sino su complejidad (desde sus textos cantados y también declamados en alemán, pasando por su alta demanda técnica e interpretativa, hasta los climas que debe generar, atravesados por el humor y la crítica). Una escenografía a primera vista demasiado simple (de todas formas comprensible si se tienen en cuenta las características de la sala) resultó un gran acierto combinada con los efectos lumínicos, y se convirtió en un buen marco para esta entretenida historia donde no faltó la osadía, resumida en un bocadillo telúrico y en español: cuando uno de los personajes se queja del agua que le llevan en lugar de vino, siendo que están en San Juan. Riesgo grande con final feliz, ya que se ganó la risa del auditorio. Justamente fue Papageno (Alejandro Meerapfel) uno de los personajes más atractivos de la velada, al igual que La reina de la noche (Natalia Vivas), que aprovechó su buena oportunidad de lucimiento; sin dejar atrás a Pamina (Natalia Quiroga, la sanjuanina que estudia en el Colón) y Papagena (Amalia Villalba) y al resto de los solistas, que -muy bien caracterizados en maquillaje y vestuario- se ganaron el cerrado aplauso al final de la velada.
Final con aplausos

