Buena dupla. Paul Kler y Parada, del Argentino de la Plata, arrancaron aplausos.



Cuando se puede seguir una rica historia, bien contada desde la pantomima, donde la técnica se ve pero no hace "ruido', quiere decir que la técnica no sólo está, sino que es muy buena y que está completamente incorporada. Y eso habla de trabajo y de la madurez del artista. Entonces el disfrute es doble. El fin de semana pasado, Julieta Paul Kler -figura del Teatro Argentino de la Plata- permitió a cientos de sanjuaninos disfrutar de su feliz debut en San Juan. Y fue con Giselle, ballet romántico por excelencia que la Red Integral Privada Educativa (RIPE) montó con éxito en el Teatro del Bicentenario.  Con sus impresionantes pies y -sobre todo en el segundo acto- un torso etéreo que se prolongaba en sus delicados brazos, casi disociados de sus fuertes y ágiles piernas, encarnó a una Giselle para aplaudir. Pero sobre todo esto interpuso una capacidad interpretativa tal, que envolvió al espectador en su trágica historia de amor. Bastaba ver la evolución de sus expresiones: la campesina enamorada e ingenua, la mujer que enloquece de amor tras el desengaño -¡esa flor que le había anticipado la verdad!- y el dolor y la desesperación por salvar a su amado, más allá de todo. Otra figura del coliseo platense, también se llevó sus aplausos Bautista Parada, el seductor Loys, el arrepentido Albrecht, bailarín que sedujo a la platea con mérito propio pero que también demostró su calidad de partenaire, contribuyendo al lucimiento de la protagonista, especialmente en la ingravidez del "acto blanco', con unos portés que no denotaban ni un mínimo esfuerzo.

Las Willis. Un enorme desafío para las bailarinas locales, bien sorteado.


Bien logradas las desafiantes y diferentes estéticas de ambos actos del ballet, que contó con el bellísimo vestuario de Mariano Toffi: la terrenal y colorida del primero, con todas sus luces y brío -Pas Paysan incluido, con parejas diferentes cada noche (Luz María López y Jonatan Martini; y Camila Gómez y Aníbal Caballero)-; y la esotérica y monocromática del segundo, marcado por las almas de las jóvenes muertas. Más allá de un par de traspiés en el estreno, el ballet bajo la luna pudo reeditar -en casa y con jóvenes bailarines locales- esas postales de Giselle que más de uno guarda en la retina: el soñado pas de deux de la pareja protagónica, el final del rechazado Hilarión (Fernando Muñoz), aquí con más oportunidad de mostrar sus dotes; la fuerza de la implacable reina de las Willis (Gema Fernández) y sus escoltas (Camila Gómez y Cecilia Ramos); y la leve masa blanca del cuerpo de baile. El "ejército' de Willis estuvo prolijo y resolvió un trabajo coral más que difícil, por la demanda propia del cuadro (que no requiere virtuosismos, pero sí movimientos precisos con absoluta paridad) y, vale decirlo, por la expectativa puesta en el mismo, altísima, ya que es uno de los símbolos de este clásico de clásicos. Estuvieron a altura de semejante título y eso refleja el compromiso de la directora invitada, Sabrina Streiff. Y también la entrega de las maestras preparadoras, que poniendo el objetivo por lo alto, mostraron que se puede llevar a buen puerto un enorme desafío como éste, que -dato al margen- sorprendió con detalles sencillos y efectivos: el velo de las Willis "mágicamente' volando por el aire, la poética forma en que el espíritu de Giselle se hace visible ante Albrecht, con pétalos de flores blancas; y el final, volviendo ella a su mundo espectral, atravesando la lápida. Otro capítulo para recordar con alegría en la historia del ballet que, desde la creación del Bicentenario, se está escribiendo en San Juan. Ojalá que el público siempre acompañe.

(ver galería en www.diario decuyo.com.ar)  - Fotos Daniel Arias

Julieta Paul Kler como Giselle
  Pas Paysan, primera noche
Locura y muerte, por amor
Myrtha, reina de las Willis