(Réquiem de Mozart. Sinfónica y Coro Vocacional de la UNSJ, Coro de Cámara de Morón. Solistas Verónica Cangemi, junto a Romina Pedrozo, Gabriel Arce y Fernando Lazari. Dirección: Emmanuel Siffert)

Se anunciaba el Requiem de Mozart, pero este viernes nos encontramos con una agradable sorpresa… tres obras previas! Si Mozart vivió 35 años años, Vincenzo Bellini (1801-1835) un poco menos! Bellini, con su rival Donizetti y Rossini, forman el clásico Bel Canto italiano. I Capuletti è i Montesqui se estrenó en 1830. De la segunda escena del 1º acto escuchamos el recitativo Eccomi in lieta vesta (Heme aquí vestida de fiesta) introducida y acompañada por un solo de corno. Es bel canto, pero además el más romántico de Italia, cuando Julieta espera en su habitación a Romeo. Ove sei tu Romeo (dónde estás) y entonces el arpa -lástima que no había una verdadera, aunque fue muy bien mimetizada- inicia el aria Oh quante volte (Oh, cuántas veces le pedí por tí al cielo, llorando…). Se sabe que la melodía pura de Bellini era tan perfectamente pensada para la voz humana que todo cantante deseaba interpretarlas, pero que a la vez exigían un voz adecuada… ¡como la de Verónica Cangemi!

Y hablando de melodía, pasamos a Charles Gounod (1818-1893). De la música religiosa (estuvo a punto de ordenarse sacerdote) pasó a la ópera. La más conocida es sin duda Fausto, estrenada en 1857. En el 3º acto, Margarita descubre un estuche y al abrirlo se sorprende por su contenido: maravillosas joyas; y mientras se las va probando encuentra un espejo y al mirase en él, canta la famosa aria Ah je ris de me voir si belle dans ce miroir (Ah, río de verme tan bella en este espejo). Hace años era mucho más común que ahora -y daba lugar a crueles caricaturas- que macizas sopranos y robustos tenores (¿vendrá de allí lo de "tenor graso’?) cantaban roles de jóvenes doncellas y héroes juveniles y carecían del physique du rôle (el físico para el papel). No fue este el caso. Cangemi, permítaseme decir, no sólo deslumbró por su voz sino que hacía creíble que Margarita se viera linda en el espejo!. El mismo tema de Bellini lo toma otra vez Gounod estrenando Roméo et Juliette en 1867. Promediando el 1º acto, Julieta (esta vez en francés) le cuenta a Gertrude en una arietta que no quiere casarse ya, sino que desea vivir su soñada juventud. Ciertamente que no se refiere a "living la vida loca" de Ricky Martin, sino que pretende sentir su juvenil experiencia, porque es consciente de que puis vient l’heure ou l’on pleure, le coeur céde à l’amour (ya vendrá la hora para llorar cuando el corazón ceda al amor) ¡No tenía apuro! La música de Gounod, casi un vals, expresa la palpitación de esta adolescente enamorada, y otra vez, la expresividad de Verónica traducía con voz y gestos a Juliette.

Y de tanta juventud pasamos al tema de la noche: la última obra de un genio moribundo. Mozart había nacido en 1756 y fallece en 1791. Si 1790 había sido un año de baja producción, 1791 fue su renacimiento hasta que se enfermó en noviembre. Allí están los 10 meses más productivos de su vida, ¿Será su Ah je veux vivre, como Julieta? Las obras de Mozart fueron pacientemente buscadas, clasificadas y puestas en lista por el señor Köchel. Y como en alemán lista o catálogo se dice verzeichnis, las letras KV que se ponen siempre ante las obras de Mozart, significan "según el catálogo de Köchel". Estamos en 1791, en marzo estrena su último concierto para piano, Nº 27 (KV 595), luego Tres Canciones para niños que cantan el retorno de la Primavera; Danzas, Contradanzas y Minués, en abril un Quinteto de cuerdas, en mayo comienza con La flauta mágica -que interrumpe para un Adagio y Rondó para armónica de vidrio-, después su famoso Ave Verum y en junio una obrita masónica La pequeña cantata alemana. En julio recibe una visita de un criado del conde Franz Walsegg que deseaba una obra para su difunta esposa; una Misa de Requiem. Mozart aceptó pero no pudo empezarla por un pedido apremiante: una ópera "seria" para la coronación de Leopoldo II como Rey de Bohemia: La clemenza di Tito, compuesta ¡en 18 días! En octubre crea su hermosísimo Concierto para clarinete y luego una Pequeña cantata masónica. Recién entonces comienza su Requiem. Inicia con el Introito, canto de entrada, a cargo del coro. El salmo 65 Te decet Hymnus de la soprano es un canto de alabanza al Dios que perdona y que provee a la tierra de sus frutos; por eso el coro entona el Kyrie (Señor, ten piedad). Sigue la secuencia para coro Día de Ira, el día aquel… inspirado en el Día de Yahvé de varios profetas. El texto habla del temor al juicio. El trombón invita al barítono-bajo a cantar Tuba Mirum (Oh Tuba admirable). Este sonido, al principio terrible, irá reemplazando el temor al invitar a todos los difuntos a reunirse frente al trono. El tenor continúa la idea: los mismos muertos y la naturaleza quedan estupefactos ante la Resurrección y aparecerá un libro con todo anotado (Apoc. 3:2-4). La contralto canta que cuando el juez tome asiento, lo oculto será manifestado; pero la soprano vuelve a sentir temor: Si nada quedará impune, que diré yo, miserable criatura?. El coro contesta fuertemente: El rey de tremenda majestad salva por su gracia! El tono fuerte de un Dios Poderoso se suaviza para el cuarteto, la música se dulcifica. El mismo Rey es el Piadoso Jesús. El cuarteto le recuerda cómo absolvió a María Magdalena y perdonó al ladrón en la cruz. El coro entonces, en otro golpe fuerte, nos recuerda la otra cara de la moneda: los condenados rechazados.

Hasta aquí Mozart habría compuesto todo, o al menos de tal modo escribió lo principal que un músico normal -y sobre todo si era un discípulo- podía simplemente rellenar alguna laguna. Sigue el Lacrimosa, los violines sollozan -otra vez se suplica que Dios perdone las culpas-. Aquí aparece el primer Amén de la misa y es curioso porque estos ocho compases son lo último que escribió Mozart. Al llegar a esta parte le fue imposible cantarla y él mismo estalló en sollozos! El coro sigue rogando a Jesucristo Rey de la Gloria. El cuarteto invoca a San Miguel Arcángel y el coro recuerda las promesas hechas a Abraham y a su descendencia. Y de aquí en más lo que sigue es -se cree- totalmente obra de Süssmayr, aunque no sabemos si Mozart le dejó apuntes o simplemente le hizo saber lo que tenía en la cabeza. Süssmayr compone el Solemne Sanctus, el Benedictus y el Agnus Dei. ¿Cómo los habría escrito Mozart? Y para la comunión, la soprano retoma la antífona propia del responso: La Luz eterna brille para ellos; lo repite el coro y Süssmayr tuvo el buen tino de concluir el Cum Sanctis Spiritus con la misma melodía del Kyrie del inicio. El temor reverente se ha esfumado, los muertos viven refulgentes de luz con todos los santos porque Dios es misericordioso! Ha sido un concierto exquisito y como siempre el Mº Siffert, maravilloso!