A los cuatro años aprendió a hilar y a los ocho ya tejía en un telar parecido al de Doña Paula. Inés González era la mayor de 8 hermanos de una familia sanjuanina que en los años cincuenta se mudaron a Malanzán en el departamento riojano Juan Facundo Quiroga. Inés González tiene hoy 66 años, dos hijos, dos nietas y continúa honrando la enseñanza de su madre- que a su vez la recibió de su propia madre- de lograr hermosos tejidos a partir de un poco de vellón. "Yo me acuerdo que jugábamos a preparar la lana e hilar. Cuando ya sabíamos hacerlo bien recién mostrábamos el hilado’ recuerda Inés, mientras ordena las mantas tejidas por ella, en su stand -el 207- en la Feria Internacional de las Artesanías, sobre su niñez en el interior de La Rioja, donde era habitual para ella y sus siete hermanos ver tejer a las mujeres de la casa. Su familia vivía del ganado y tejían para vender, además que para abrigarse. "Cuando yo era chica se vendían mucho estas telas, los compradores iban por nuestra casa en el campo.La gente valoraba mucho los trabajos más que ahora; se ha perdido la cultura de lo artesanal. Compran en el super pero no les dura. Estas mantas son para toda la vida’, remarca la telera con la fuerza de un slogan que suena indiscutible.

Pero para Inés no todo fueron madejas y ovillos en la vida. De vuelta en San Juan,cuando joven tuvo distintos trabajos en empresas privadas, se casó, crió a Luis y Roxana, y después de 20 años de feliz matrimonio, enviudó. Fue entonces, a fines de los 90, cuando el telar tomó otro significado para Inés. "Empezó como una terapia, después me olvidé de la terapia, y lo tomé como un trabajo’ cuenta, la artesana que dio clases en su casa, en la Casa Natal y hasta ganó un premio en la Feria de Artesanías en La Rural el año pasado.

Considera que hoy en día el arte de tejer en telar que ella recibió como herencia familiar, está difundido, pero no prospera en su totalidad. "La gente quiere tejer, pero no aprender a hilar, les cuesta mucho y no les gusta. Dicen que es mucho trabajo. Pero no es difícil hay que tener constancia, porque no se aprende en un día’ dice la artesana. Inés elabora sus propias lanas, haciendo todo el proceso desde que compra el vellón, la lana pura ( este año la de oveja le salió $30 pesos el kilo y la de llama que trae desde el norte, a $400 por kilo) que después lava, hila, tiñe y ovilla para tejer mantas,tapices, pashminas, chalecos y otras prendas de vestir. El proceso es largo, pero Inés asegura que vale la pena, porque aún teniendo la maquina para hilar (que abarataría sus prendas) no se logra la misma calidad de hilado. El resultado son piezas totalmente artesanales, y por ende su precio es fijado de acuerdo al esfuerzo, algo que según Inés sólo es entendido y valorado por unos pocos. Por eso veces se ve forzada a usar lanas industriales para lograr piezas más accesibles para la gente.

Inés no vive de sus tejidos, no le alcanzaría. Pero trata de estar presente en todas las ferias – este año fue elegida abanderada de ésta edición de la Feria de Artesanías- porque le gusta mostrar lo que hace e intercambiar experiencias con otros. Mientras habla, sus manos no se detienen;entre sus dedos la lana toma forma y así este oficio milenario parece tener en Inés González un fiel custodio por largo tiempo.