No es un sacerdote pero su recital fluyó como bendición y transformó al Anfiteatro Natural de Iglesia en un templo festivo -y biológicamente carismático-. Es que el Chaqueño Palavecino, culminó el domingo la Fiesta de la Semilla y la Manzana en "Los Manantiales" y no tuvo inconvenientes en agitar a 8 mil corazones y entretenerlos con magistral elocuencia (casualmente, "El Turquito", uno de los preludios musicales, anticipó su arribo interpretando "Sigo siendo el rey"-). Así y ante la presencia de autoridades gubernamentales, departamentales, reinas y pueblo, el ex colectivero estimuló un repertorio que arrancó a las 01.20 del lunes con "Zamba mía" -de su último disco y de exquisitos violines-, prosiguió con clásicos como "Amor Salvaje" y "La Ley y la Trampa" y no mezquinó sorpresas musicales -además de presentar sus nuevas canciones, invitó al escenario a La Nueva Vertiente (recién llegados del Pre-Cosquín) y entonó a dúo una lograda versión de "Vallecito de Huaco"-. Ritual de honesta ejecución que también incluyó una vistosa previa y de variados vértices. Es decir, un arribo royal -Palavecino ingresó al predio en una super 4×4 negra, rodeado de seguridad y acosado como ídolo-, una lucha de sabores -la gente se disputó entre los pastelitos, los costillares y el fernet- y flashes solidarios -las cámaras y celulares registraron a cada uno de los artistas de la festividad-. La velada de júbilo folk también registró -además de viento polvoriento, luna de ensueño y precios accesibles-, un entretenido avant premier. Sucede que Oscar Esperanza, cedió una mini conferencia de prensa antes de subir al escenario -rodeado de sauces llorones y regato seductor- y contó que no tocará este año con La Fiesta -su agenda se superpone con las de Soledad y Los Nocheros-, que está muy contento con la gestión de Gioja (de hecho lo subrayó en medio del recital) y que le fue muy bien en su paso por Chile. Tampoco faltó ver: a la pleitesía localista -y refritada- del Chaqueño (de infinitos piropos a Iglesia, el Gobierno y sus fanáticos), a las parejitas de baile (muchas pasadas de copa y vestidas a lo pulpería), la artesanía de la ilegalidad (el mercado persa que merodeó el anfiteatro abusó con la piratería) y sobre todo, a los quejosos que mascullaban que "el lugar quedó chico para tanta gente". Tenían razón. La nueva celebración departamental fue tan deliciosa que multiplicó su sabor y su cosecha.