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Gioacchino Rossini nació en Pesaro en 1792, por eso era llamado “el cisne de Pesaro”. Sus óperas cerraron insuperablemente la era del “Bel canto”. En 1816, estrenó en el teatro Argentina de Roma la que sería su ópera más conocida: “IlBarbiere di Siviglia”.

Aclaremos que el teatro no tiene nada que ver con lo que sería más tarde la República Argentina, sino que alude a una zona arqueológica. Sin embargo, casualmente fue la primera ópera completa estrenada en Buenos Aires, en 1825. Es la Obertura más graciosa y chispeante y, como dice KurtPahlen, “desde el punto de vista técnico, insuperable”.

Pero no esperemos reconocer ninguna melodía de la ópera aquí, ya que la original se perdió, y utilizó otra apertura de “Aureliano in Palmira” de 1813, y luego “Elizabetta Regina d’Inghilterra”, ¿pero quiénes las han escuchado? ¡Es la Obertura del Barbero! Rossini era un maestro de la orquestación y es muy típico de él su uso personalísimo del “Piccolo”, como acá.
 

ReinholdGliére nació en Kiev en 1875. De padre alemán y madre polaca. Estudió en el conservatorio de Moscú, con maestros como Ipolitov-Ivanov, Táneyev, Arensky y otros. Su formación “romántico-rusa” lo marcó absolutamente. Tras la revolución bolchevique no abandonó Rusia. Siguió como profesor en el conservatorio con un vivo interés por la música de los pueblos de la Unión Soviética, favoreciendo el desarrollo musical de todas sus regiones.

Supongo que esto, unido a que su música es agradablemente romántica lo protegió de que le “cayera mal” a Stalin o al “Politburó”, quienes por el contrario lo premiaron numerosas veces. En 1951, estrenó su concierto para corno. Me impresiona su estilo comparado con cualquier otro compositor de esa época. Parece Rimsky-Korsakov o Tchaikowsky con aires de Hollywood, lo cual jamás encontraríamos en un verdadero romántico ruso. RadekBarborák -quizá uno de los mejores cornistas actuales- lo define en tres palabras: “no moderno no Avant-garde música romántica”.

El allegro inicia con seis notas, que luego repetirá el solista, y algunos redobles de tambor. La cadenza es más larga de lo común; la original sería de Valéry Polekh, quien fue solista en el estreno. Pero Nelson Yovera tocó una propia. Andante: posee una densa textura de jugosas armonías.

Así como la “sordina”, en otros instrumentos consiste en una pequeña llave para apagar el sonido de las cuerdas o un tapón para trompetas o trombones, aquí en todo el concierto el ejecutante introduce toda su mano y muñeca en la desembocadura del instrumento, pero posiblemente el mayor desafío no sea solamente técnico sino de “resistencia”, como los tenistas.

Y en este caso, un desafío para sus labios, al ser tan larga. Los conciertos de Mozart para su amigo Leutgeb ¡son muy cortitos! Debido a eso Nelson debía tomar frecuentes sorbos de agua. Los violinistas no necesitan agua mineral! Moderato-allegro vivace: comienza con un casi “hímnico” llamado del fagot, acompañado por trompetas, trombones y tuba, para su primo, el corno; pero las cuerdas se unen a la llamada, retoman los fagotes y ahora sí, el corno asume su ritmo danzante.

Es que Gliére compuso varios ballets, siendo considerado el sucesor de Tchaikowsky y de hecho conoció al cornista Polekh durante un ensayo de su ballet “El jinete de bronce”. Ese espíritu bailarín requiere una difícil y rápida articulación, magníficamente ejecutada por el jovencísimo, pero ya notablemente experimentado, Nelson Yoveras, merecedor de esa lluvia de aplausos. Sonreía todo el tiempo, transmitiendo que la música lo hacía feliz, y para reafirmarlo nos ofreció como Bis, con su fila de cornos + un trombón, “El día que me quieras” de Gardel.

Compuesta durante un feliz verano de 1806, la cuarta sinfonía de Beethoven pareció tras la sorpresa de su tercera “Heroica” menos impresionante. Más adelante Wagner la llamaría “música fría”, pero de “fría” no tiene nada. Schumann la describió como una doncella griega entre dos titanes nórdicos.

Pero el compositor inglés, Robert Simpson considera que es como si Beethoven tuviera un tigre en la cabeza y no sabiendo cómo librarse ensayó sus “pianissimi” y “fortissimi” preparando así a su quinta, ya que ambas son contemporáneas. Siguiendo a las últimas de Haydn, se inicia con un suave Adagio, aunque salpicado, con acentos “forte” y un Crescendo que desemboca en un fortissimo Allegro-Vivace, que juega continuamente con los “pp” y “ff” hasta que se vuelve muy suave, y siguiendo el mensaje del timbal, escuchamos sucesivos llamados de unos instrumentos a otros para retomar el ritmo.

El Adagio es un canto expansivo que se inicia con ritmo repetitivo de los segundos violines. A las preguntas de corno, viola y clarinete, responde la flauta con una “risita” y termina con gran solemnidad. Pero el timbal repite finalmente el marcado ritmo original. El Allegro-Vivace es un scherzo, una broma de energía feroz. Si el inicio era “Haydiano”, el Alegro ma non troppo final también lo es. Casi como un “perpetuummobile”.

Es una sinfonía más olvidada que las otras, pero decía Schumann: “Sí; amen a Beethoven, ámenlo bien, pero nunca olviden que logró la libertad poética sólo a través de largos años de estudio; no busquen en él lo anormal, sino vuelvan a la fuente de su creatividad, ni ilustren su genio con la novena sinfonía pueden hacerlo igual con su primera o con la “delgada griega” en si bemol mayor.