Tienen las mismas ganas que hace varias décadas experimentó aquella histórica camada de bailarines varones que se formó bajo la tutela del inolvidable maestro Juan Carlos Abraham. Pero a diferencia de aquellos precursores -muy pocos siguieron en el camino y los que lo hicieron con éxito están fuera de la provincia y del país- tomaron la decisión de hacer de la danza su forma de vida en un San Juan que, a decir verdad, hoy les ofrece un panorama más alentador. Javier Riveros, Sebastián González, Martín Auger, Alejandro Almarcha, Diego Vargas, junto al profe Gabriel Rodríguez, son los bailarines avanzados del programa Danza y Movimiento que, dependiente de Cultura provincial, se creó de cara a la creación del Teatro del Bicentenario. La mayoría llegó desde el folclore, transitando los 20 años y movidos por la curiosidad o la necesidad de incorporar nuevas herramientas que los convierten en artistas más versátiles y completos. Y aunque comenzar a aprender técnica clásica y contemporánea a esta altura no resulte sencillo, ellos son el botón que muestra que con garra y compromiso se pueden conseguir buenos frutos.
El camino de estos muchachos que aspiran a ser parte de la historia de la danza sanjuanina parece bastante común a todos, aunque no el único. Algunos porque consideran que es más popular y accesible, otros porque es un ámbito más común para los varones, lo cierto es que bailar gatos, cuecas, zambas y malambos se convirtió en la vía rápida para incursionar en otras disciplinas. Más aún en estos tiempos cuando, como dicen, el folclore también ha evolucionado y pide bailarines más dúctiles, sobre todo para sus versiones estilizadas. Así es como se despertó esa necesidad de asomarse a otros géneros; y -con mentalidades más abiertas que antes, aunque no totalmente dirán- encontraron puertas abiertas en distintos institutos provinciales, donde el género masculino siempre ha sido bien recibido y hasta mimado, justamente por la escasez. Fue justamente ahí donde descubrieron otro mundo, uno que les multiplica las posibilidades, que los entusiasma explorar, que se les presenta como un desafío y que, aseguran, les abrió la cabeza.
"Yo quiero seguir haciendo esto siempre, bailar" o "No me veo haciendo otra cosa", son frases comunes entre esta media docena de jóvenes, algunos incluso estudiantes de otras carreras -como Diseño Gráfico, en el caso de Martín- o profesionales – Sebastián es arquitecto- , que están dispuestos a continuar en este camino artístico, y si es profesionalmente y en San Juan, mucho mejor.
Justamente en ese punto es donde reconocen que La Fiesta del Sol ha sido una gran oportunidad para los bailarines, generalmente relegados en otras fiestas, donde sólo los ballets folclóricos parecían tener cabida. Y de hecho, el programa tiene que ver con esto, y con un futuro próximo que todos miran con entusiasmo: el Teatro del Bicentenario. Entre este presente más movido y un futuro que se palpa alentador, también tomaron impulso las compañías de danzas independientes, que se multiplicaron en la provincia.
"Antes estabas limitado a bailar a fin de año y si eras parte de un instituto", reconocen los muchachos, que si bien aplauden este hoy donde -como dice Alejandro- "tenemos la suerte de vivir la vida de un bailarín aquí en San Juan"; también confiesan que en pleno siglo XXI deben seguir lidiando con algunos prejuicios. Es que la bohemia mal vista y la sexualidad siguen rondando el escenario, aunque a ninguno le quite el sueño.
"Muchos creen que ser bailarín es un hobby, y la danza es una forma de vida que exige entrenamiento, responsabilidad y disciplina". "De hecho, uno no puede salir todas las noches, ni acostarse tarde, porque tenés que cuidar tu cuerpo, que es tu instrumento. Y tal vez por eso tu grupo de amigos termina siendo el de la danza, porque estás en la misma", coinciden los muchachos, algunos de los cuales hasta tuvo que convencer a la familia que lo suyo iba en serio. "Cuando decís que sos bailarín creen que sos hippie", cuenta ante la risa de sus compañeros Almarcha, a quien el tiempo acostumbró a los suyos a ver su futuro sobre las tablas.
En cuanto a la homosexualidad -‘que la hay como en todas las carreras, pero no todos son gays’- también coinciden que hay más apertura en general en la sociedad y que ya nadie señala con dedo discriminador a un bailarín, aunque "San Juan sigue siendo muy tradicional todavía, con sectores más conservadores y muchos estereotipos’, comentan los bailarines que, aunque parezca paradójico, también suelen ser ¿acusados? de ingresar a ese ambiente -mayoritariamente femenino- para "levantar" chicas… algo que uno que otro habrá experimentado alguna vez, aunque sin proponérselo, aclaran.
Entre risas cómplices y visible buen trato entre ellos, surge otra "buena" del grupo de bailarines: según ellos, hay mucho menos competitividad y son más compañeros que lo que sucede en el grupo de chicas. "Tal vez sea porque al ser menos, rápidamente encontrás un lugar o podés llegar a tener un rol destacado. Eso no pasa con las mujeres, donde al ser tantas quizás haya más presión", analizan desde su perspectiva masculina los bailarines, que sueñan con -algún día- poder vivir de esto que aman.