Pablo Montemurro es una de esas personas que, con autoridad, puede decir cuánto bien hace leerles cuentos a los niños. Cuando era pequeño, su abuela Isabel era quien lo llevaba a otros mundos con sus propias historias (nada de cuentos clásicos, aclara); y ahora -esas hermosas vueltas de la vida- es ella quien se deja llevar y se emociona por los cuentos que su nieto le relata, también de su propia cosecha. Aunque es la más especial, sin embargo, no es la única destinataria que disfruta con las narraciones de Pablo, quien desde hace ya bastante tiempo maravilla con sus cuentos a niños, jóvenes y adultos de la provincia, a quienes también les enseña cómo contar. En sus espacios -Proyecto Pigmalión, que busca desarrollar habilidades sociales y emocionales en los niños; y Raíces y Alas, junto a su hermano, adonde asisten jóvenes y adultos-, en funciones y talleres que dicta en escuelas, la biblioteca infantil Juan Pablo Echagüe, bibliotecas populares e incluso clínicas de salud, Montemurro despliega todo este arte que abrazó con fuerzas una vez culminados sus estudios de ingeniería industrial, carrera que ejerció también en Francia y que finalmente guardó en un cajón, aunque asegura que "todo suma'. 


"Hoy en día me defino como ingeniero en cuentos', dice con una sonrisa, sin titubear. Y ante la inminente pregunta, agrega "Me recibí de ingeniero y luego distintas situaciones de la vida me hicieron darme cuenta de que mi propósito era otro, uno que transité desde siempre, naturalmente. La ingeniería me formó con una estructura de pensamiento resolutiva que me sirve para la vida diaria. Y todo lo que he transitado me ha llevado a vivir de la narración oral, me dedico a contar cuentos y siento que mi vida es eso, así que lo vivo con mucha pasión'. 

"Hay un torbellino de emociones que uno va sintiendo al contar, un ida y vuelta con el público; y me encanta poder hacerlo'

Además de los cuentos de la abuela y de mamá que alimentaron su infancia, ya en la adolescencia hubo otro escrito, otras palabras que abonaron el camino del narrador. "A los 15 años encontré una carta que me había dejado mi papá antes de morir, donde me decía cómo había sido su vida y me daba un montón de consejos y herramientas para la mía. Esa carta fue un click. A partir de esa carta me di cuenta de la trascendencia que puede tener la palabra y empecé a escribir. Lo hice más que nada como un hobby, pensando que era difícil vivir de esto'. Así armó un blog de viaje donde volcaba sus experiencias, con una buena cuota de ficción, "porque como dice García Márquez, no somos lo que vivimos, sino lo que recordamos de lo que vivimos', afirma. 


El 2016 fue un año clave. Decidió presentar uno de sus cuentos, "Paloma', al certamen del Centro Ana Frank de Argentina; y resultó ganador. Eso lo habilitó a presentar un proyecto de inclusión y no discriminación; y así nació Pigmalión, con el que volvió a ganar y que lo llevó a Holanda, desde donde tomó hacia el sudeste asiático en busca de ese "no sé qué' que buscaba. Sin rumbo, un viaje en tren por Indonesia y una pasajera fueron su brújula; y terminó siendo parte del proyecto Oruga, un espacio para que los niños puedan desplegar sus alas, donde vivió 15 días. "Esto es lo que realmente me apasiona', se dijo. Y con esa experiencia pasó a Nicaragua y a Costa Rica, adonde llevó el proyecto a cambio de la comida. "Poco a poco el proyecto fue creciendo, fui creciendo y me empezaron a pagar'. Allí, en Costa Rica, Pablo empezó a contar cuentos como parte de ese proyecto, algo íntimo mientras se formaba con una narradora oral mexicana. Pero una vez alguien lo vio y escuchó y lo invitó a contar un cuento para el Día del Libro. Y ahí lo vio otra persona y vino otra invitación, y luego otra y otra. "Siempre mi gran miedo fue tener que vivir de algo que no me gustara, pero ahí dije "amo esto y tal vez puedo vivir de esto". Y me sentí afortunado de haberlo encontrado tan pronto'. Entonces, con el tesoro encontrado, volvió a sus propias raíces, a San Juan.


Pablo está convencido de que todos, cada uno con su estilo, pueden contar historias, sean personales, cuentos o leyendas; y ser parte del "arte más antiguo del mundo', que también implica un autodescubrimiento. En ese todos obviamente está su abuela, su fan y su crítica; en cuyo honor elaboró su nuevo proyecto, "Los cuentos que me contaba mi abuela', donde narrará todo lo que ella escribió. Y en paralelo prepara su primer libro-álbum.


"Nada me genera tanto placer como poderme meter en una historia y vivirla con la gente. Al momento de contar, lo que sea, lo imagino. Esa es la clave principal. La voz, el cuerpo, lo gestual, acompañan esa historia. No llega a ser actoral en el sentido en que uno no asume el personaje, sino que lo va dibujando con esas herramientas; siempre es uno el que está contando. Y hay un torbellino de emociones que uno va sintiendo al contar, un ida y vuelta con el público; y me encanta poder hacerlo', se explayó Montemurro. "Narrar es volver a conectarnos con el otro, encontrarnos con las miradas a través de las historias y resignificar esos espacios de pausa que nos hacen tan felices como seres humanos. Yo busco habitar el mundo con cuentos', concluyó.