A su nacimiento, a Nairo Quintana le diagnosticaron el "mal del difunto" y le auguraron una muerte temprana. Su madre había estado en contacto con una persona que estaba a punto de morir. Sólo un sanador podía salvarle. Si se recuperaba, decían en su tierra natal, estaría tocado por el destino.
"Soñaba con esto, pero no creía que fuera tan rápido. El tiempo en mi vida pasa volando", afirma el menudo ciclista de Boyacá. A los 23 años, Quintana se convirtió en el primer ciclista latinoamericano que sube al segundo peldaño del podio del Tour de Francia.
En la centésima edición del Tour fue el único que plantó cara al británico Chris Froome. En el futuro cercano, un duelo entre ambos se perfila en el horizonte. "Va a ser el ciclista del que más se va a hablar en los próximos años. Lo que más extraña de él es su madurez", aseguró su director de equipo Eusebio Unzúe.
Nacido en la ciudad de Tunja el 4 de febrero de 1990 en el seno de una humilde familia campesina, Quintana no adoptó la bicicleta por devoción. Era su medio de transporte diario para acudir a la escuela y allí comenzó a destacar, en las pendientes que llevaban desde su domicilio al colegio de la vecina Arcabuco, con el 8% de desnivel medio. "Me he criado a 2.800 metros, eso me da ventaja en este deporte, es el mejor lugar del mundo para entrenar", asegura el subcampeón del Tour.
"Me recuerda a Miguel Indurain. Sólo le falta mejorar en la lucha contra el crono, aunque en esa disciplina se defiende", resumió Unzúe.