A punto de cruzar el umbral de las nueve décadas el próximo 4 de septiembre, Jorge Leónidas Escudero -o simplemente Chiquito- continúa escurriendo la tinta en el papel para dejar testimonio de sus memorias, cubiertas del polvo de aquellas piedras que rasguñó en sus años mozos, en su pasado pirquinero. Con esa obsesión poeta es que este sábado, a las 18.30 en el Aula Magna de la Facultad de Filosofía, el también Dr. Honoris Causa de la UNSJ presentará su libro Aún ir a unir.

Con algunas ñañas encima y tapado de imágenes que refrescan sus nostalgias, Escudero sigue escribiendo en el refugio que construyó hace 15 años detrás de su casa de Rawson.

"A un ir a un ir, eso dice que todavía voy a unir palabras, a unirme con el todo; eso quiero decir el título de este nuevo libro" cuenta el sanjuanino que, según sus cuentas, lleva 26 libros publicados -incluyendo antologías y reediciones-.

"Por ahí, se me ocurre una cosa, intrascendente, que se me viene y la empiezo a escarbar. Entonces, veo la necesidad de escribir, le pongo la primera palabra, después otra… y listo", explica el autor sobre una técnica que concilia, en especial, con el sueño. "La almohada me aconseja y me dice: aquella vez que estuviste allá te olvidaste de una cosa", cuenta.

De su familia, nadie continuó su pasión, ni siquiera sus nietos. "Será por que no querían ser como el abuelo", reflexiona y comenta que cuando esta en familia, "escondidamente" se las arregla para escribir "para que no piensen: ya anda de vago otra vez". Y tan ingenioso es, que hasta guarda un cuaderno de notas al que tituló "Vademécum que se lleva consigo por la utilidad que presta"" en el que sella las impresiones de quienes pasaron por su escondite.

Perdido en los recuerdos

Al "Chiqui" -como le dicen de manera cariñosa- todavía le gusta perderse en sus recuerdos mirando por la ventana hacia ese patio cubierto de pomelos que de tan jugosos casi se caen de la planta y llegan a confundirse con sus vecinos, los limones. Un patio que pone perfumada distancia entre su taller y su hogar, que entre 1957 y 1999 compartió con su esposa Margarita, hasta su "despedida eterna". Cuando su cabello recién comenzaba a pintar canas, allí vio crecer a sus hijas Rosita -que aun vive con él- y Ana que se casó y partió a Usuahia donde tuvo a sus 3 hijos -2 de ellas se radicaron en España y una ya le dio una bisnieta-.

"Antes de venir aquí, cuando me casé con mi mujer me fui a una casa de cartón, de las que se entregaron después del terremoto; luego, con el sueldo de empleado de la Legislatura y la ayuda del banco hipotecario comencé a pagar esta. Luego me fui al campo y comencé a rasguñar las piedras, de allí bajaba cada 15 días para estar con mi familia, recién cuando me jubilé me pude dedicar a la poesía", repasa pausado y sereno.

En sus espaldas, Leónidas lleva los estudios de Agronomía inconclusos, su pasado de fumador, la pasión por el truco y el póker, sus noches de casino -que despuntó cuando vivía en Mendoza en sus tiempos de estudiante agrónomo-, y ese frenesí por la búsqueda de oro y metales preciosos en la cordillera; todo esto inspira los textos que comenzó a publicar recién a los 50 años y que a sus 90 pirulos continúan dándole letra.

"Ahora, de mis andadas sólo me quedan las piedras que recogí. Ya ni a pasear voy a la montaña, porque la altura me hace mal, así que ando en el bajo no más. Tan escalador que fui, hoy no me animo ni a llegar a Zonda. ¡Cuarenta años nada menos han pasado!. ¡Dios mío!, no parece", suspira mientras se queja apenas del dolor de lumbago "que me agarra a veces" y se suma a sus problemas de circulación y de hipertensión que cada tanto lo hacen ir al médico "para que me dé una pastillita que no hace nada”, se ríe apoyado en un mesón donde tiene un ejemplar del documental Oro nestas piedras que en 2008 presentó un grupo de realizadores porteños en San Juan y Buenos Aires como homenaje a su trayectoria.

Alrededor, un dibujo de Malena Peralta y otro de Santiago Paredes inmortalizan su mirada; hay piedras de todos colores y tamaños atesoradas en vitrinas, y cabe un dibujo que le hizo una bisnieta -la que vive en España, dice él- y otro que le hizo su hermana fallecida. En las paredes; cuelgan una pintura de la montaña, artículos de diarios que mencionan su obra y dibujos que ilustraron tapas de sus libros; fotos de antaño, diplomas… la lista sigue y se pierde, tanto como su mirada, cuando hurgando recuerdos rescata aquellas inolvidables salidas con esos amigos que hoy no están -como su querido Rufino Martinez- con los que solía ir a tomar unos vinos, a jugar a las cartas o al casino…

"Sabe lo que son noventa años?”, reflexiona, mientras se rasca la cabeza y piensa… tal vez una imagen cruzó su memoria y espera ser escrita, aunque deberá esperar. Ahora, el Chiqui está en pausa. "Estoy esperando que vengan los 90 para ver qué dicen, a ver si saco la pluma para escribir más o la dejo ahí no más", agrega resignado con ese decir tan campechano.