"Yo no sirvo para cantar", le decía a la profesora Nilda Doña de Albornoz, integrante de la Agrupación Coral Sanjuanina, cuando le aconsejaba que fuera a probar su voz. Tenía apenas 17 años y estudiaba piano con la hermana de Nilda. Pero tanta fue la insistencia, que finalmente accedió a la prueba con el director González Fernández, "para que se convenciera que no servía para cantar y no me lo pidiera más". Pero Nilda no se equivocaba. La anécdota viene al caso, y puesta en valor, porque el próximo 28 de noviembre, con un gran concierto titulado "Gracias", Ana María Oro (emblema del canto coral infanto-juvenil en San Juan) se despedirá de su intensa labor como docente y directora, y esto implica dejar el Coro de Niños y Jóvenes que dirige desde los albores de los ’70. Una carrera que comenzó de manera "casi fortuita", como dice, a la que se entregó con cuerpo y alma, y en la que supo ganarse no sólo el respeto de sus colegas, sino también el cariño de sus alumnos, entre ellos varios conocidos, como José Domingo Petracchini, Ana Inés Aguirre, Alejandro Segovia, Romina Pedrozo, Claudia Pirán, María José Guillemain, el sacerdote Alejandro Gallardo y el presidente de Mozarteum San Juan, Eduardo Savastano, por citar algunos.
"Nilda me ayudó a descubrir mi vocación", comienza a agradecer desde el vamos, antes que ese "Gracias" se haga carne en el espectáculo que pondrá el broche de oro a una prolífica carrera, que incluyó por ejemplo el inolvidable Grand Prix para el Coro de Niños en el II Concurso Internacional de Música de Grecia.
"Si alguien me hubiera dicho entonces que iba a ser directora de coros, me hubiese reído. Yo me recibí de Maestra Normal Nacional, estudiaba inglés y piano en el conservatorio, como se estilaba, pero imaginarme que iba a hacer esto, nunca", retoma la historia Ana María. "A los seis meses, Nilda me preguntó si quería ayudarle con el Coro de Niños de la Agrupación Coral, y como no tenía otra cosa que hacer, le dije que sí. Al año siguiente ya viajamos con la Agrupación, yo como cantante y ayudante. Recuerdo que era el 20 de julio de 1969 cuando González Fernández me dijo si no había pensado en ingresar a la Escuela de Música… "¿Dónde queda?", le pregunté, ¡no tenía ni idea!", ríe la directora, que fue a averiguar qué podía estudiar. Allí, la entonces directora "Catuca" Gimbernat de Riveros, le contó que podía estudiar instrumentista "y también me dijo un nombre de una carrera, tan largo que no lo retuve: Profesorado de Dirección Coral y Cultura Musical. Le pregunté ‘¿Con esta carrera puedo enseñar?’ ‘¡Claro, desde jardín hasta la universidad!’, me dijo ella. ‘Entonces elijo esto’, respondí, porque me encanta enseñar. Y hasta el día de hoy agradezco a Dios esta vocación que para mí es una misión maravillosa, no sólo brindar conocimientos, sino ayudar en la formación de esos niños y adolescentes, únicos e irrepetibles, para que sean buenas personas".
En 1972, un par de años antes de recibirse, y como alumna practicante (tal como lo hicieron antes que ella Ester Sánchez y Zulma Corzo), Ana María se puso al frente del Coro de Niños y Jóvenes del Centro de Creación Artística Coral de la FFHA de la UNSJ, creado por el Mº Juan Petracchini, que a fines de los ’60 dirigió Edita Fernández. Fue él quien, ya con el título en mano, le propuso ponerse al frente de la agrupación infantil. "’¿Usted cree que sirvo?’, le pregunté insegura. Y él me contestó: ‘Ana María, si no, no se lo ofrecería’", recuerda Oro, quien en los ’90 sumó la dirección del Coro de Niños Preparatorio y actualmente desempeña múltiples actividades como docente y directora, además de impulsar el regreso de la carrera de Dirección Coral.
Entusiasmada con el relato, sin embargo, esa voz que ha entonado las canciones más bellas, y que ha enseñado a entonarlas a otras; se quiebra al hablar de su retiro, motivado por razones de salud y aconsejado por su neurólogo.
"Va a ser duro", dice con un nudo en la garganta, antes de un silencio que la ayuda a tomar fuerzas. "Por eso le pedí a mi médico que me dejara hacer este concierto, para dar las gracias por todo y a todos, con obras que tienen un gran significado; y así retirarme un poco más conforme", confiesa. "Esto es gran parte de mi vida. Yo tengo tres hijos a los que amo, pero mi actividad profesional llenó mucho mi vida, me ayudó a luchar en los momentos difíciles. Para mí siempre fue un placer ir a trabajar, apasionante, jamás me aburrió… por eso digo que es difícil", subraya, aunque en su interior sepa que seguirá ligada a esta pasión, que retomará de modo vocacional "cuando la tormenta pase".
¿Y alguna vez pensó dejar de trabajar con chicos?, es la pregunta. "González Fernández se fue a vivir a Estados Unidos, y cada vez que venía a dar cursos me decía que yo estaba desperdiciada, que eligiera coros de adultos. Y yo le decía: ‘No profe, yo siento las voces de los niños y es un regalo para mis oídos, para mi alma. Amo ese sonido, esas voces auténticas, naturales, angelicales… El canto de un niño llega al corazón de cualquier persona’", sentencia, recobrando la sonrisa. Y concluye: "Los niños tienen una pureza que conmueve… Ellos habrán aprendido cosas mías, pero vos no sabés todo lo que yo he aprendido de ellos".
