Valioso proyecto musical y social, esta Rapsodia Bohemia sonará el miércoles en la Escuela Albergue, el 25/10 en Sala Z (invitados por la Dante Alighieri) y el 1/11 noviembre en el teatro de la Escuela 25 de mayo. 


Si Rapsodia Bohemia, la consagradísima creación de Freddy Mercury, ya pone los pelos de punta; ni imaginarse lo que debe ser cantada y musicalizada por más de cien niños de entre 7 y 13 años. Eso es lo que sucederá el miércoles próximo por la mañana, cuando -como último número del XXII Festival de Educación Musical, Zona Rawson Norte, que organiza Supervisión de Educación Musical- debutará en la Escuela Albergue José Manuel Estrada el loco y hermoso sueño de un grupo de profes de música. "Por amor al arte", como dicen, decidieron embarcarse en una aventura novedosa y atrapante, que demandó un gran esfuerzo de docentes y por supuesto, de los pequeños provenientes de primaria de dos escuelas públicas y de primer año de secundario de un colegio privado.


La iniciativa que daba vueltas en su cabeza desde el año pasado- fue de María José Barbero, docente de música de la escuela Juan Domingo Perón (Rawson) y también del Colegio San José (Concepción), donde comparte con su colega Patricia Poblete. Son sus alumnos de ambas instituciones los que conforman la agrupación de flamantes "músicos y coreutas" junto a los chicos de la Escuela 25 de Mayo (Villa América, Capital), al mando de la profesora Cecilia Quiroga, a cargo de la dirección general del show. Juntas armaron un equipo sólido que, con el invaluable apoyo técnico e institucional de los directivos de las tres escuelas, pudo llevar a buen puerto esta propuesta, que a medida que fue creciendo requirió de varios colaboradores más. Así se sumaron las profes de inglés del San José, Yanina Ramos y Virginia Medici, la prosecretaria del mismo colegio, Viviana Morales, soprano a la que le pidieron ayuda; y un percusionista amigo, Juan Cruz Clavel.


Todo comenzó en la humilde escuelita Perón, donde la inquieta Barbero -que ya había estudiado la canción y realizado arreglos- decidió implementar parte de la obra con percusión corporal. Luego se dio cuenta que necesitaría una pista musical. "¿Y si mejor que la pista la tocamos en vivo?", se preguntó la también guitarrista. Y ya que estaban, además cantaban esa partecita. "¿Y si la hacemos completa?". Y entonces se dio cuenta que hacían falta más voces. Y ya que estaban le agregaban una pequeña coreo. Y ya que estaban... Su entusiasmo fue contagiando al resto y retroalimentándose, como una bola de nieve que no paraba de crecer. O mejor dicho, que no para, porque al día de hoy todos siguen trabajando dentro y fuera de horario escolar, por ejemplo buscando cajones de botellas de gaseosas y cervezas para armar unas tarimas y otros detalles que prefieren no revelar, "para que sea una sorpresa".


Permanentemente conectados, cada profe trabajó con sus alumnos es sus respectivas escuelas, desde cero. Para empezar, la mayoría de los niños de primaria no sabía inglés, así que les leyeron la obra traducida y luego la aprendieron por pronunciación. Lo musical no fue tarea menor, dada la complejidad de la pieza: siete partes musicalmente muy distintas entre sí y desafiantes hasta para un profesional, además de la alternancia entre coro y solistas. Los más avanzados ocuparon roles solistas y lo mismo pasó con los que tocaban algún instrumento. En tanto, otro grupo practicaba la ejecución de flauta, violín, bombos, metalofones, redoblantes, repiques, guitarra, etc (gran parte de los profes, el resto de las escuelas). Poco a poco, la Rapsodia empezó a tomar cuerpo. 

Equipo. De izq. a der., Patricia Poblete, Cecilia Quiroga, María José Barbero y Juan Cruz Clavel.

Cuando en los ensayos generales -solo dos, porque no fue fácil juntarlos por compromisos, distancias y situaciones económicas- se reunieron todos, las profes sintieron que todo esfuerzo había valido la pena. No solo desde lo curricular, sino desde lo humano. Los chiquitos de Rawson (de la zona de Vidart y 5), muy humildes, tomaron colectivo y caminaron más de 10 cuadras para llegar al San José, con más comodidades. Una de las solistas, por otra parte, le dijo a la profe que amaba lo que estaba haciendo. Aprendieron a cantar la dificilísima rapsodia de Mercury, sí; pero también a conocerse, a escucharse, a ayudarse, a esperarse. El proyecto integró a chicos con diferentes realidades sociales y con distintas capacidades; y los hizo trabajar en equipo. Y a todos les estalló el corazón de satisfacción cuando vieron la obra completa y se sintieron parte de ese grupo tan grande, cada uno importante en su lugar y con el mismo objetivo. Y todo gracias a la música. 


"Es la obra máxima del pop rock universal, y este es nuestro homenaje. Es un lujo llevarla a escena y aún más con niños tan pequeños. Fueron muchas horas de dedicación, pero los ensayos fueron hermosos y la integración fue fantástica", destacó Quiroga, para quien esto también puede significar el puntapié de futuras vocaciones artísticas. "Con los ensayos y entendiendo que no son artistas profesionales sino niños de escuela, el proyecto ya está realizado. Pero la satisfacción de ver el producto final y saber que los chicos no se lo van a olvidar jamás no tiene precio. Es un laburo bárbaro, ¡pero lo que disfrutamos y aprendemos todos...! Y verles las caras de felicidad a los pibes, eso es mortal", subrayó Barbero.