Basta ver el registro fílmico para entender que fue una apuesta colosal, sobre todo para la época, sin los avances tecnológicos de hoy (desde internet hasta sonido e iluminación), con recursos económicos medidos y en plena dictadura militar, donde el arte debía pisar con cuidados, más allá de que Abraham -talento y seriedad mediante- gozaba del apoyo y la plena confianza de las autoridades, sobre todo las Cultura, que siempre le brindaron su apoyo. Todos la recuerdan y reconocen como una pieza de vanguardia -podría decirse que ya la danza contemporánea lo era en estas latitudes- que lejos estuvo en sus orígenes de pasar desapercibida: su estreno fue un éxito que obligó a agregar una tercera función; y tanto Abraham como Pérez Lobos volvieron a hacerla varias veces más, dentro y fuera de la provincia.


""En el 77 ellos mudan la academia al Teatro Sarmiento y ahí es donde empieza Juan Carlos la coreografía. La directora de cultura era la Dra Larrauri y les pidió que hicieran algo importante, era la semana de Mayo, época de los militares. A Violeta le gustaba mucho la música y le hizo llegar el disco de Carmina Burana a Juan Carlos. Le encantó y la empezó a estudiar, porque era muy meticuloso y sumamente musical para la danza, llevaba los tiempos perfectamente, se regía mucho por eso. Fue algo maravilloso. Cuando la estrenaron fue un boom. Es una obra un poquito compleja, que habla sutilmente de ciertas cosas que tienen que ver con el hombre; y quizás sin haber entendido totalmente, el público sabía que estaba frente a algo de una magnitud que nunca había visto, era una obra coreográfica con mayúsculas", dijo Fernando Colqui sobre esta cantata escénica de Carl Orff de cuatro actos y sin cierre de telón, donde La Diosa Fortuna le señala al hombre situaciones que transitará en la vida, como la riqueza y la pobreza, la soberbia y la humildad, la juventud y la vejez, los vicios.... "Las fuerzas lo van haciendo deambular por la vida, hasta que finalmente llega el amor, pero como en las ruedas de las vida, la rueda de la fortuna, tras subir, vuelve a bajar", ilustró . 

Carmina Burana en 1977, con Juan Carlos sobre las tablas, el increíble "pato" encarnado por Violeta, y la escena de la pobreza y la riqueza.


Era un coreógrafo extraordinario, respetuoso de todas las artes que confluían en sus puestas -desde la iluminación hasta el vestuario y los accesorios, ni hablar de la música- y que eran su medio de expresión. Respetuoso de quienes trabajaban a su lado y generoso. En eso coinciden tanto Jorge Voiro, jefe de escena y luminotecnia, como Rufino Palomas, a cargo de las trabajadas e icónicas máscaras que fueron un sello de la obra; y del asesoramiento escenográfico y de vestuario; y Susana Rosselot, que interpretó los relatos y poemas que Juan Carlos reescribió para la obra y que le explicaba mientras le hacía ver las escenas a las que aludían, para que pudiera captar plenamente lo que quería decir. Un adelantado, un rupturista, un genio, lo describen también; y todo eso quedó reflejado en esta Carmina Burana que, comentan sin temor a equivocarse, fue la primera que se bailó en la región, y seguramente también en el país. "Vivimos momentos hermosos con esa obra", resumió Palomas. "Mostró que sin dudas fue el mejor coreógrafo que hubo en San Juan", agregó Voiro. "Fue un antes y un después, sin dudas. Fue un orgullo haber sido parte de eso", sintetizó Rosselot.


"Era una persona inverosímil para esa época", agregó Elisa Cardozo, su asistente durante una etapa, quien destacó que nada estaba librado al azar en sus puestas, cada cosa tenía un significado, como lo fue, por ejemplo, la riqueza interpretada por bailarinas altas, que en general se movían de pie, arriba; mientras que para la pobreza eligió a las más bajitas, cuyos movimientos eran más a tierra. "Todo lo que él hacía, decía; no el movimiento porque sí", subrayó la artista, que ponderó su manejo coral de los elencos y la correspondencia absoluta que lograba entre la música y el movimiento. 

Juan Carlos observando una de las máscaras realizadas por Palomas.


Su manejo de los contrastes, como el del maravilloso Pato viejo, feo y destartalado de Violeta, en oposición al joven y bello cisne; el hábil manejo del grotesco, como en la Taberna, fueron otras cualidades de una pieza que quedó para la historia. 


"Creo que si bien sabíamos que estábamos haciendo una obra maravillosa y la disfrutábamos, no tomábamos por entonces real dimensión de lo que significaba, algo que uno aprecia más con el tiempo", reflexionó Ana Lucía Abelín, bailarina y docente del ECA, la única que bailó todas las Carmina Burana que tanto Abraham como Violeta subieron a las tablas. Y justamente ese es otro hilo que, casi invisible, hilvana a todos y cada uno que de una u otra forma fueron parte de esta joya de la danza contemporánea sanjuanina: Saber que en perspectiva se llega dimensionar verdaderamente el legado de este artista con mayúsculas. Y a entender por qué la Carmina Burana de Abraham sigue viva en el corazón de los sanjuaninos. 

  • Abraham, Pérez Lobos y Rosselot, en la nota para el estreno que hicieron en DIARIO DE CUYO. 
Uno de los avisos promocionales publicados en este medio en 1977.
  • Algunos de los programas en los diferentes años que se realizó Carmina Burana

 

  • La taberna, una de las escenas más atractivas, en distintas épocas. Con Juan Carlos a la izquierda; y en la reposición del "87, a la derecha. 

(FUENTES: Marian Abraham, Antonieta Chiappini, Fernando Colqui, Rufino Palomas, Susana Rosselot de Bettio, Jorge Voiro, Ana Lucía Abelín, Elisa Cardozo, Mario Lezcano, Archivo de DIARIO DE CUYO)