Alumno. Luis asistió a la cátedra libre de bandoneón que dictó Esteban Calderón y revivió su historia.

 

Cuando era niño su familia insistía en que aprendiera a tocar un instrumento. La guitarra era la oferta pero el pequeño Luis eligió la figurita difícil. “Le dije a mi papá que me gustaba el bandoneón’. Por qué se le ocurrió o cómo llegó a elegirlo, es algo que Luis Ángel Alaniz no recuerda, pero sí da cuenta de una historia de siete décadas compartidas con ese bandoneón con el que recién ahora se está entendiendo en profundidad.

Luis tiene 80 años y es alumno de la Cátedra libre de bandoneón que dicta en el Museo Histórico Agustín Gnecco, Esteban Calderón. Este año su yerno escuchó hablar de las clases y averiguó para anotarlo. Al final terminaron asistiendo Luis, su hija Mariana y su marido Gustavo.

“Hace algunos añitos’, bromea Luis, su papá lo mandó a aprender bandoneón y tras dos años de estudio llegó el premio. “Un día vino mi tío con una caja… ¡era un bandoneón!; después supe que mi papá lo había comprado en Casa Lara’, recuerda. Así comenzó una relación estrecha que duraría hasta hoy, con los altibajos propios de los intereses de ese Luis niño que guardaba en el placard el bandoneón después de algunos años de estudio y cada tanto lo rescataba, inspirado o necesitado de hacerlo sonar. ‘Yo era el maestro del solfeo’, dice para graficar los años que estudió. Ahora está aprendiendo a tocar La Cumparsita. “Es difícil, todo es difícil en el bandoneón’, dice Luis Ángel que vivió su participación en la cátedra con entusiasmo y asegura que el año que viene seguirá asistiendo.

Las clases en el Gnecco además lo transportaron a su infancia, porque en la casona de la calle Rawson y General Paz donde hoy está el museo, funcionó la escuela Normal San Martín a la que asistió Luis. “La mejor es que volví a mi escuela de toda la vida. Ahí hice mi primaria, mi secundaria y me recibí de maestro’, recuerda con emoción Luis, que al hablar de su familia destaca a su querida esposa Haydeé, con quien tuvo 5 hijos que le dieron 14 nietos.

“El bandoneón es un compañero de muchas horas. Además comencé a vivenciar de las letras de los tangos’, dice el aprendiz.

Hace unos cuatro años, Luis sufrió un evento inesperado. “Me dio algo raro, que me olvidé de todo. Fue un ACV’ comentó y aunque ahora se encuentra recuperado y usa un bastón, reconoce que le cuesta un poco manejar una de sus manos.

“Es muy linda la música, tengo que seguir tocando. Es una terapia para lo que yo tengo’, asegura este hombre que no abandonó su vínculo con un instrumento tan particular como el bandoneón, que tiene casi su edad, y que en este momento complicado tampoco lo abandona. 

“Le pongo todas las ganas que tengo’, confiesa y ahí estará el lunes, mostrando en el concierto final lo que aprendió a hacer.