(Noche de valses y polcas. Orquesta Sinfónica de la UNSJ. Dirección Emmanuel Siffert)
La Viena de los siglos XVIII y XIX era indiscutiblemente la Meca del mundo musical. Brahms la llamaba: ‘La Ciudad Santa de la música’. Es incontable el número de intérpretes y compositores que pululaban buscando fama y reconocimiento; ¡baste mencionar a Haydn, Gluck, Mozart, Beethoven, Schubert, Lizt, Bruckner, Brahms, Mahler entre tantos otros! Durante el siglo XIX la danza llegó a ser tan popular que en un Congreso de Viena en 1815 un miembro dijo: ‘El Congreso no marcha… ¡danza!’. Era tan voraz el apetito de danzas que innumerables compositores escribían casi diariamente para las fiestas y reuniones vienesas, polcas, marchas, cuadrillas, galops y valses. Entre todos ellos -y eran muchos- sobresalió una familia, los Strauss, Johann I (1804-1849) y sus hijos Josef, Johann II y Eduard. Johann heredó con creces el titulo de su padre: ‘El Rey del Vals’. Cuando el Kaiser (emperador) de Alemania Guillermo II visitó al Kaiser austríaco Francisco José I, el nombre de Kaiser quedó abierto al que cada uno considerara como tal. No cabe duda que para Strauss era Francisco José, mucho antes había escrito una marcha para él, op 126 y la polca ‘Hay una sola ciudad del Kaiser hay una sola Viena’ op 291 termina con el Himno Imperial: ‘Dios salve a nuestro querido Kaiser Franz’. El Vals del Emperador’ con que empezó el concierto del viernes pasado comienza con un ritmo de marcha alegre, casi de un ‘Cascanueces’, pero va creciendo en intensidad hasta que aparece la melodía principal que estalla para luego ser menos fuerte y hacerse un vals ‘para el pueblo’ con profusión de ritmos, polcas y danzas hasta que un solo de chelo -a cargo de Claudio Sánchez- repite la melodía para terminar con una fanfarria de trompetas y timbales. P. Tchaikowsky (1840-1893) compuso la primera de sus músicas para ballet en 1877. El éxito de otras obras hizo que los Teatros Imperiales le comisionaran una obra extensa para el teatro Bolshoi. Este ballet basado en un cuento romántico del alemán Johann Karl Musaus (1735-1787) autor de ‘Cuentos populares alemanes’ lo que se llamaría: ‘Literatura fantástica’ que influyó en los hermanos Grimm. Uno de sus cuentos es: ‘El velo robado’ adaptado por miembros rusos del Bolshoi; se transformó en: ‘El lago de los Cisnes’ Escuchamos el ‘tempo di valser’: un pizzicato de cuerdas y ritmo de chelos; agregado de triángulos y platillos. Empieza el vals con violines y el compás marcado por cornos, chelos y contrabajos; el vals se transforma en un rondó ya que se van siguiendo melodías que vuelven a ritmo vertiginoso. En 1869 compone una obra para un Coro Masculino que nos ubica entre coros posiblemente de estudiantes que festejan alegremente la vida estudiantil: ‘Vino, mujeres y canto’ (hace poco tuvimos un 21 de septiembre por aquí). Este op. 333 recuerda a una obra que otro residente en Viena -Johannes Brahms- compondría en 1881: su ‘Obertura Académica para un festival’. La polca es una danza bohemia de compás binario que se expandió fuertemente por Europa hacia 1840. ‘Tritsch-Tratsch’ op 214, en inglés ‘chit-chat’ sería en ‘argentino’ un ‘chusmerío’ o conversaciones superficiales sobre temas nada importantes. Así se llamaba una publicación vienesa especializada en ese tipo de temas. Demasiado para un vals, Strauss le dedicó una polca movida con muchos sonidos agudos. En 1880 escribió su op. 388. De esta opereta titulada: ‘El pañuelo de encaje de la reina’ usó algunos temas para hacer un vals: ‘Rosas del Sur’. Ernst Theodor Hoffmann (1776-1822) fue un profuso compositor además de pintor y cantante, pero se lo recuerda especialmente como escritor de novelas ‘góticas’ y mágicas con una vida bastante desordenada y llena de alcohol, ¡que influyó en Adgar Allan Poe nada menos! Por algo inspiró a Jacques Offenbach a ponerlo como personaje protagonista de su ópera: ‘Los Cuentos de Hoffmann’.Quizá su cuento más conocido sea ‘El cascanueces y el rey de los ratones’ que fue adaptado por Alejandro Dumas. Cuando de nuevo los teatros Imperiales encargaron otro ballet a Tchaikowsky, el cuento quedó ‘apto para niños’; de hecho se lo representa especialmente en época navideña. La última melodía es la ‘Danza de las Flores’ iniciada por los vientos y el arpa -de Iracema Aguilera- que ejecuta una cadencia para dar lugar al vals. El vals ‘Danubio Azul’ op 314 fue comisionado en 1867 para el mismo Coro Masculino para el que luego escribió ‘Vino, Mujeres y canto’. Se compuso pues para ser cantado y muy posiblemente por el tenor de la letra escrita por un comisario que expresaba sus ideas políticas, recibió una fría acogida inicial hasta que al poco tiempo fue un éxito resonante en una Exposición ferial de París y en Londres donde no entendieron la letra que fue luego modificada por Franz Von Gernerth con la belleza natural y ‘unificadora’ del ‘Bello Danubio’ que debe emocionar a todo vienés que la escucha. No en vano se la considera como otro himno austríaco especialmente al ser cantado. Así concluyó este magnifico concierto con obras que como nos advirtió al inicio el Maestro Siffert ‘parecen fáciles pero no lo son’. Los más de 170 valses de Johann II poseen soberbia orquestación, ritmos armoniosamente cambiantes, inspiración melódica asombrosa en una consecución de tonos contrastantes enmarcados en una elaborada introducción y una ‘coda’. Y justamente, como ‘Coda’ final escuchamos la Marcha Radetzky escrita por Johann Strauss I, el ‘Johann padre’. Johann Joseph Wenzel Graf Radetzky fue un militar bohemio quien tras una larga carrera como Oficial y Mariscal de la tropa Austríaca logró dos importantes victorias sobre las tropas Sardas y Lombardas en 1848 y de nuevo en 1849. Sus soldados lo adoraban y llamaban: ‘Vater Radetzky’. Y Strauss padre le dedicó esta marcha en 1848. Debido a su claro y contagioso ritmo se ha vuelto costumbre desde los conciertos de Año Nuevo en Viena que los Directores inviten al público a aplaudir al ritmo de la marcha claro que sin decir: ‘¡A ver esas palmas!’.
Hermosísima velada y… ¡a sala absolutamente colmada! Y por la constante sonrisa del director debería haber incluido la obrita de F. Lehar: ‘El país de las sonrisas’.
