Apoteótico. Colosal. Inolvidable. Así fue show que dieron Patricio Rey y sus redonditos de ricota el 4 de agosto de 2001 en el ex Chateau Carreras. Pero esos calificativos, aptos para el show que brindaron -uno de los mejores de su historia-, cobraron una dimensión mucho mayor unos meses después, cuando los acólitos del Indio y de Skay se dieron la nariz con la pared: esa, que para muchos había sido la primera experiencia -casi religiosa- junto a sus ídolos, también había sido la última. Pelea, divorcio, nunca más se volverían a juntar. Y entonces devino el sabor amargo, pero también la ¿alegría? de haber sido parte, sin saberlo, de un momento histórico para el rock nacional: el último recital de una de las bandas más convocantes e influyentes -que nunca vino a San Juan-, hace exactamente una década. Atahualpa Acosta, periodista radicado en Mendoza; José Luis Lisi, integrante del combo Roxana Porcellana; y Adrián Riveros, responsable de complotargentinoweb (sobre rock local) fueron tres de las más de 40 mil almas que estuvieron ahí.
"Recuerdo ese día como si fuera hoy. Tocaban una vez más Los Redondos, era un show más… nadie de los que estuvimos ahí teníamos idea del desenlace que tendría esa noche de misa mágica", comentó a DIARIO DE CUYO Lisi, y agregó: "Viajamos en auto con mi mujer, mis dos hijos que aún no cumplían cuatro años, un amigo con su mujer; y en otro auto más amigos, todos con la efervescencia que el sólo hecho de ir a ver a Los Redondos despertaba".
Una vez in situ, "entre tanta impaciencia la luz se apagó, el coro de la gente se hizo cada vez más fuerte, la intro empezó a sonar, las pantallas largaron las primeras imágenes… todo se desbordó, el pogo se hizo notar ¡y eso que todavía no empezaba a sonar el primer tema!. El piso se movía y entonces sí, Unos pocos peligros sensatos terminaron de desatar la locura: el Indio Solari en persona, gente llorando…", rememora Riveros, para quien el viaje en bondi hasta la meca -con otros como de aquí y del extranjero -trapos y cánticos mediante- fue parte de aventura.
"El Indio llegó de casualidad al escenario. Según explicó le había picado una avispa y su doctor lo había salvado a golpe de decadrón", cuenta Acosta. "De ese magnífico día recuerdo patente una cosa y no es precisamente las tres veces que nos paró y revisó la cana antes de llegar al estadio, ni la minita desconocida que me convidó una seca porque sí, porque estábamos en la misa y era como si llegara el momento de darnos el beso. Yo estaba en medio de las tribunas, justo frente a los Redo, y me acuerdo que me di vuelta porque sentí que me estallaba el pecho de emoción. Ahí vi las gradas de hormigón armado, ondulando como si fueran de goma, al compás de decenas de miles de cuerpos en perfecta comunión. Ese día me vi en medio de una inmensa cuna, arropado por mis hermanos y mecido por los cantos de ensoñación de ya saben quién", acotó el periodista, que -como tantos miles- no sólo guarda en su corazón ricotero aquellas dos horas y media alucinantes, sino también la ilusión del reencuentro. ¿Y por qué no?

