El discurso con el que un joven John F. Kennedy sedujo a EEUU a su llegada a la Casa Blanca sigue resonando, 50 años después, en las paredes del Despacho Oval y en los oídos del que muchos creen su heredero político: Barack Obama.
"No os preguntéis lo que Estados Unidos puede hacer por vosotros. Preguntaos qué podéis hacer vosotros por Estados Unidos", instó.
Kennedy, en traje de chaqueta y sin abrigo, a la multitud congregada en el Mall de Washington la gélida mañana del 20 de enero de 1961.
La mezcla de ilusión y determinación del joven senador de Massachusetts había conquistado a un país que comenzaba a ver al general Dwight D. Eisenhower como el abuelo de las clásicas ilustraciones de Norman Rockwell, y que buscaba una mirada fresca para remontar la Guerra Fría e impulsar la economía nacional.
A sus 43 años, Kennedy iba a convertirse en el presidente más joven de la historia del país, tras una trepidante campaña electoral que se vivió por primera vez ante las pantallas y se cerró con un estrecho margen de ventaja sobre su oponente, el entonces vicepresidente Richard Nixon.
Aún en blanco y negro, y por las tres cadenas de televisión que existían entonces -CBS, NBC y ABC-, millones de estadounidenses siguieron expectantes aquel discurso inaugural, que marcaría la entrada a la Casa Blanca de una fotogénica familia con dos niños pequeños y una primera dama, Jackie Kennedy, que destilaba elegancia.
Los que escucharon aquella mañana al nuevo mandatario no podían imaginar la huella que dejarían sus palabras en la conciencia colectiva de EEUU.
David Rubenstein, presidente de la Junta del Centro Kennedy en Washington, explica con sencillez cuál fue el éxito de JFK entre la gente: "A pesar de que su presidencia fue interrumpida, Kennedy trajo optimismo por el futuro y, por eso, esos tiempos recuerdan a la gente días felices y traen recuerdos agradables".
Aún hoy en día, los estadounidenses perciben que JFK fue uno de los "grandes presidentes" y una encuesta de USA Today publicada ayer lo coloca por encima de las tres cuartas partes de todos los mandatarios.
De aquí que, en opinión de Dan Fenn, que ahora tiene 87 años pero fue uno de los ayudantes de Kennedy en la Casa Blanca, "50 años después, su presidencia aún tenga tirón en el pueblo estadounidense".
El trigésimo quinto presidente del país llegó al poder con la promesa de hacerlo "avanzar de forma segura a través de los 60", y la petición de comenzar una tarea que no podría acabar durante su mandato, que quizá no se cerraría "en la vida de este planeta": la de luchar contra "la tiranía, la pobreza, la enfermedad y la guerra".
Poco antes del ecuador de su mandato, cuando tres balas truncaron su vida un 22 de noviembre de 1963 en Dallas (Texas), el idealismo que impregnaba esas propuestas serviría para forjar la leyenda de Kennedy, un mito venerado por ambos signos políticos y convertido en vara de medir de todo aspirante a dirigir el país.
En la dura carrera de las primarias de 2008, Caroline Kennedy aseguró haber encontrado, por fin, al heredero político de su padre: otro joven senador que, igual que le ocurrió a Kennedy con sus raíces irlandesas y su religión católica, prometía romper moldes y dar representación a otra raza gracias a su excepcional carisma.
Como él, Obama llegó al poder un helado 20 de enero y, como él, ha tenido dificultades en trasladar al papel el idealismo que inspiró al país en tiempos complicados.
Si Kennedy tropezó con la crisis de los misiles en Cuba y el desembarco de la CIA en la Bahía de Cochinos, Obama ha encarado una rígida recesión económica, dos guerras estancadas y el escepticismo del país ante algunas de sus propuestas más progresistas, como la reforma sanitaria.
El giro pragmático que tomó Kennedy parece ser también el camino elegido por Obama tras la pérdida de apoyos en el Congreso, mientras sus discursos pierden fuego en un clima político cada vez más polarizado que se acentuó hace apenas diez días con el tiroteo de Tucson (Arizona).
El aniversario del ícono demócrata llega en plena digestión de esas nuevas muestras de violencia política para desempolvar una lección que muchos agradecen escuchar: la de la importancia de defender los ideales "no a través de las armas, ni a través de la batalla, aunque las necesitemos".