Las sorpresivas y violentas protestas de policías y militares por una reducción de salarios impulsada por el presidente Rafael Correa, puso en jaque ayer al Gobierno de Ecuador, que decretó el Estado de excepción y denunció un intento de golpe de Estado que alertó a toda la región, que en bloque, salió a condenar la rebelión. La dramática situación motivó, además, una reunión urgente de los mandatarios de la Unasur en Buenos Aires convocada por el secretario general del organismo, Néstor Kirchner.

El amotinamiento, que se extendió a otras dependencias policiales en el país, derivó en caos en la capital ecuatoriana, por lo que bancos y comercios cerraron sus puertas ante eventuales saqueos, mientras se suspendieron los vuelos locales e internacionales y las clases en las escuelas.

Las protestas, que anoche seguían en varios puntos del país arrojaban un saldo de un muerto y más de 50 heridos, tuvieron de protagonista al propio Rafael Correa. El presidente se vio involucrado en un incidente que lo obligó a ser atendido en un hospital militar donde por varias horas permaneció "secuestrado" por parte de los rebeldes, pero fue liberado anoche en medio de un intenso tiroteo donde habría muerto un policía que protagonizó el rescate.

Correa acudió al hospital por haberse lastimado una pierna en la revuelta en la que se vio envuelto tras dirigirse a los policías que tomaron uno de los mayores regimientos del país para advertirles que no cederá a las presiones.

"Señores, si quieren matar al presidente, aquí está: mátenme si si les da la gana, mátenme si tienen valor, en vez de estar en la muchedumbre, cobardemente escondidos", dijo Correa visiblemente exaltado al hablar en el Regimiento Quito por la mañana. En medio del descontrol y el humo de los gases lacrimógenos disparados por los rebeldes, el presidente se vio forzado a ponerse una máscara antigas, en medio de tironeos y empujones.

Antes, desde una ventana del Regimiento, Correa se quitó la corbata y se abrió la camisa para mostrar que no llevaba protección antibalas, y dijo que no dará marcha atrás en la ley de servicio público.

A medida que pasaban las horas la tensión iba subiendo por lo que entrada la noche, Correa denunció, en un contacto telefónico con la presidenta Cristina Fernández, que estaba "secuestrado" y que no iba a sentarse a negociar con los sublevados "hasta que recuperará la libertad".

Pese a poder ser liberado y sostener el poder, es incierto el futuro político del país acostumbrado a este tipo de intentos desestabilizadores.

Los policías también ocuparon la sede de la Asamblea Nacional, el Parlamento unicameral del país, e impidieron el ingreso o salida de las personas que trabajan allí. También quisieron impedir la transmisión de un canal de TV estatal.

Las protestas empeoraron a medida que avanzaba el día y se extendieron por el país, lo que obligó al Gobierno a decretar el estado de excepción "por una semana" en todo el territorio nacional y delegar en las Fuerzas Armadas la seguridad interna y externa del país. La cúpula militar había manifestado a primera hora de la tarde su subordinación al Presidente, aunque algunos medios locales daban cuenta que algunos militares se habían sumado a la protesta.

Desde un balcón del palacio de Gobierno, el canciller de Ecuador, Ricardo Patiño, llamó a la población a dirigirse al hospital de la Policía para "rescatar" de allí a Correa.

Por esas horas miles de ecuatorianos habían abandonado sus lugares de trabajo y se habían refugiado en sus casas. En Guayaquil, la segunda mayor ciudad del país, considerada el bastión de la oposición a Correa, los policías cerraron el puente de "La unidad nacional", considerado clave, por el masivo ingreso y salida de vehículos.