La capital holandesa, engalanada y con fuertes medidas de seguridad, espera a los representantes de casas reales y gobiernos de todo el mundo que el próximo martes 30 de abril asistirán a la entronización de los próximos reyes de los Países Bajos, Guillermo-Alejandro, que ayer cumplió 46 años, y su esposa Máxima.
Ámsterdam está teñida de naranja, rojo, azul y blanco como parte de una campaña pública para celebrar la investidura de los nuevos reyes para resaltar los cambios ‘modernos‘ que traerán su reinado.
Los colores de la Casa de Orange y de la bandera nacional holandesa con las siglas ‘WA‘, en honor a William-Alexander (el nombre con el que será reconocido el nuevo monarca), visten la capital con pancartas, posters y gigantografías.
Festividad y seguridad son las dos líneas maestras que el alcalde de Ámsterdam, Eberhard van der Laan, se ha propuesto que dominen el día de la sucesión de la Corona, pero que son difíciles de combinar en una jornada en la que la ciudad recibe a los herederos de las casas reales europeos y espera a cerca de un millón de personas.
El área donde la seguridad alcanzará los máximos niveles por la mañana será la de céntrica Plaza Dam, donde se ubica el Palacio Real, en el que la reina Beatríz firmará el acta de abdicación, y la Iglesia Nueva, donde el futuro rey será investido ante más de 2.000 invitados, entre representantes de casas reales, de gobierno, una representación del pueblo, senadores y diputados.
El gobierno local ha estipulado que un máximo de 25.000 personas podrán estar en la Plaza Dam, donde podrá haber ’manifestaciones individuales’ en contra de la monarquía, pero no grupales, ya que para éstas hay reservadas seis áreas especiales para las protestas en la ciudad.
Se espera que militantes republicanos se manifiesten en el Dam con pancartas o con camisetas blancas en contra de la monarquía.
Los habitantes de la Plaza Dam no podrán salir al balcón ni a las ventanas y el hotel Krasnapolsky no podrá ocupar las cerca de 30 habitaciones que dan a la plaza.
Unos 9.000 agentes serán los encargados de velar por la seguridad en las calles, que en contraste con la rigurosa seguridad, se espera que vivan un ambiente festivo en el que no haya lugar para incidentes de violencia callejera como los que tuvieron lugar en 1980 durante la entronización de la reina Beatriz.