A las 14.52 (13.52 de Argentina) comenzó ayer una etapa histórica en la política de Brasil: Dilma Rousseff juró como la primera presidenta del gigante sudamericano con la promesa de ampliar una serie sin precedentes de éxitos económicos lograda por su predecesor y mentor, Luiz Inácio Lula da Silva y con el desafío de lograr apoyo para la reforma del sistema financiero, una de sus principales definiciones tras asumir ayer.
La mandataria -una socióloga de 63 años- prestó juramento en el recinto del Senado Federal, al que llegó acompañada por su hija Paula, ante la presencia de legisladores, funcionarios y mandatarios y representantes de todo el mundo, aunque con la ausencia de la presidenta argentina, Cristina Fernández.
Miles de admiradores entusiastas esperaron bajo una torrencial lluvia y gritaron vítores cuando vieron pasar a Rousseff en un Rolls Royce de 1953, escoltada sólo por mujeres que componen su aparato de seguridad cuando se dirigía al Congreso.
La ex guerrillera marxista, quien evolucionó a través de los años hasta convertirse en una pragmática servidora pública con una obsesión profesa por la reducción de la pobreza, mostró una amplia sonrisa y aplaudió junto a los espectadores durante su juramento en el Congreso.
"Muchas cosas han mejorado en Brasil, pero este es sólo el comienzo de una nueva era", dijo al Congreso Rousseff, quien vestía un traje blanco con falda.
"Mi promesa es (…) honrar a las mujeres, proteger a los más frágiles y gobernar para todos", agregó.
La discípula de Lula también puso entre sus prioridades la lucha para erradicar la pobreza. "No voy a descansar mientras haya brasileños sin comida en la mesa, familias en las calles, niños pobres abandonados a su propia suerte", dijo y reiteró la necesidad de garantizar la estabilidad de los precios.
Los desafíos
Rousseff enfrenta una larga lista de desafíos que Lula no resolvió, incluyendo una moneda sobrevalorada que está dañando a la industria, el alto gasto público que está alimentando la inflación y una notoria burocracia que paraliza las inversiones y desalienta la innovación. Deberá dar, además, vuelo a la obra pública para dotar al país, que no para de crecer, de mejor infraestructura en rutas, puertos y aeropuertos.
Pero, quizás la mayor tarea de la nueva presidenta sea seguir el ejemplo de Lula, un ex líder sindical metalúrgico que deja su cargo con un índice de aprobación del 87% y un estatus casi de héroe popular, especialmente entre los pobres.
La llamada "dama de hierro" por su carácter dominante, hereda una pujante economía, que podría constituirse en la envidia de buena parte del mundo.
Más de 20 millones de brasileños salieron de la pobreza durante los ocho años de Gobierno de Lula, gracias en gran medida a sus políticas de bienestar social y administración económica estable que hicieron de Brasil un mercado predilecto entre inversores de Wall Street.
La próxima década también se vislumbra brillante, con la pronta exploración de enormes reservas de petróleo costa afuera, descubiertas recientemente, además de la realización en el país del Mundial de fútbol 2014 y de los Juegos Olímpicos 2016.
El llanto de Lula
Bajo la lluvia, por los rostros de muchos de los que se apiñaron en la Explanada de los Ministerios para presenciar el acto también corrieron lágrimas de emoción, pero sin duda quien más lloró ayer fue Lula.
Lloró al recibir a Rousseff con un fuerte abrazo en el Palacio presidencial de Planalto, cuando le impuso la banda presidencial, al despedirse de sus ahora ex ministros y también lloró cuando, tras bajar la rampa que lleva al exterior de la sede del Gobierno, corrió hacia la multitud y se fundió en abrazos con un pueblo que coreaba su nombre.