Italia y Brasil son países con fuertes lazos de amistad, económicos y de migración, pero en estos días protagonizan una insólita y grave crisis diplomática por la negativa de Brasilia de extraditar a Cesare Battisti, un terrorista comunista, que permanece prófugo de la Justicia italiana desde que escapó de la cárcel en 1981.

Battisti, de 56 años, fue condenado a cadena perpetua en Roma por cuatro homicidios cometidos durante la década del "70 en los "años de plomo".

En su último día de mandato como presidente de Brasil, el 31 de diciembre, Luiz Inácio Lula da Silva acató el dictamen del Tribunal Supremo, contrario a entregar a Battisti por el temor de que la vida del ex terrorista peligre si es encarcelado en su país.

En Italia, los políticos y la prensa fueron un clamor contra la decisión, considerada muy injusta hacia las víctimas del antiguo militante de los Proletarios Armados por el Comunismo (PAC).

El caso Battisti ha provocado un inusual consenso en la crispada escena política italiana. Los partidos de centroderecha y de centroizquierda coincidieron en apoyar ayer las manifestaciones de protesta ante la embajada de Brasil en Roma y ante el consulado en Milán.

Un largo escape

Cesare Battisti permanece prófugo de la justicia italiana desde que consiguió escapar de una cárcel en 1981 y huir posteriormente a París, donde vivió en la clandestinidad. Luego se trasladó a México, donde fue cofundador de una revista cultural y finalmente terminó en Brasil como refugiado político.

Fue dos veces condenado a cadena perpetua por varios homicidios cometidos entre 1978 y 1979, sin embargo ha permanecido en prisión muy poco tiempo. En efecto, cuando los jueces lo declararon culpable, ya se había fugado de la penitenciaría. Alcanzó Francia, luego se fue a México y finalmente regresó a París bajo la protección del presidente socialista François Mitterrand. De hecho, en aquellos tiempos, Francia amparaba a todos los extranjeros que huían de su país por ser responsables de actos de carácter político.

De vuelta a París, Battisti se convirtió en novelista y consiguió que su extradición a Italia fuera rechazada en 1991. Imperaba entonces la llamada doctrina Mitterrand. El presidente François Mitterrand se negaba a extraditar a terroristas a Italia porque discrepaba de las leyes especiales antiterroristas del país vecino.

El líder de los Proletarios Armados por el Comunismo fue reconocido culpable por los atentados mortales contra los policías Antonio Santoro y Andrea Campagna y también por los asesinatos del joyero Pierluigi Torregiani y del carnicero Lino Sabbadin, ambos condenados a muerte por los terroristas rojos porque poco tiempo antes habían disparado contra unos criminales que intentaban atracarlos.

Pero en el 2004 se produjo un nuevo sobresalto. La llegada al Eliseo de Jacques Chirac lo cambió todo. Gracias a un acuerdo franco-italiano que acabó con la doctrina Mitterrand, Battisti fue detenido en París. Los tribunales autorizaron la extradición, confirmada por Chirac pero contestada por numerosos intelectuales. Battisti, que había recuperado temporalmente la libertad mientras duraban los trámites legales, consiguió de nuevo evadirse y se perdió el rastro.

Battisti reapareció en Brasil, donde fue detenido en el 2007, y se reabrió la interminable batalla legal para obtener su entrega a Italia.

En el 2009 el ex terrorista consiguió el estatus de refugiado político, una decisión que ha sido insalvable para el gobierno italiano, aún dispuesto, pese a todo, a agotar todas las vías de recurso a escala internacional.