El proceso de revoluciones en los países árabes, agravado por la guerra civil en Libia, está elevando el precio del petróleo que, con sus efectos inflacionarios, podría obligar a una suba de tasas de interés en el mundo desarrollado y a generar un cuadro recesivo.

El presidente de la Reserva Federal estadounidense, Ben Bernanke, se refirió dos veces esta semana a la eventualidad de un alza en la tasa de interés y a un freno de la política de "flexibilización cuantitativa" (emisión monetaria) practicada por esa entidad para ayudar a la recuperación económica.

Ante el Congreso de su país, el titular de la Fed declaró que "incrementos sostenidos de los precios del petróleo o de otros commodities representarían una amenaza, tanto para el crecimiento económico como para la estabilidad de precios, particularmente si provocaran expectativas de inflación poco controlables".

Con los valores del crudo Brent (tipo de petróleo) trepando a niveles de 113-117 dólares por barril y con un incremento de más del 40% en los últimos seis meses, Bernanke y otros responsables de la política económica mundial han comenzado a pensar en la inflación y han dejado de lado los temores de deflación que ocupaba su mente hasta hace poco tiempo.

En este mismo sentido, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean Claude Trichet, avisó el jueves pasado que ejercerá una "fuerte vigilancia" sobre la evolución de la tasa de inflación que se encuentra ahora en el 2,4%, cuatro décimas por encima del tope del 2% determinada por el BCE.

Los operadores y analistas ven como inminente, en las próximas semanas, un alza de la tasa de interés, actualmente en el 1%, ya que la frase "fuerte vigilancia" fue muy utilizada en el período 2005-2007 por el Banco para anticipar un próximo movimiento de tasas.

Pero Trichet, al igual que Bernanke, se han mostrado muy circunspectos a la hora de anticipar futuros cambios en el costo del dinero. Y no es para menos. La crisis de la eurozona, con sus epicentros de Grecia, Irlanda, Portugal y, en menor medida, España, no permite adoptar decisiones que no estén muy bien calibradas.

Un endurecimiento del crédito podría precipitar una recesión y un desempleo aún más profundo en esas naciones agobiadas por el peso de la crisis de la deuda pública y privada, y amenazaría con una extensión de estos desequilibrios profundos a otros países de la eurozona y de la Unión Europea (UE).

Lo mismo vale para EEUU, donde la Reserva Federal emitirá hasta junio próximo 600.000 millones dólares, la denominada "flexibilización cuantitativa 2", que ha permitido sostener a gran parte de la banca técnicamente quebrada e insuflar vida, a través del crédito, a una actividad económica que cayó en la parálisis desde finales de 2007.

Pero un giro hacia una política monetaria de endurecimiento no sólo golpearía a los países centrales que la adopten. También repercutiría muy negativamente sobre las naciones emergentes, pues provocarían una salida de capitales con dirección al mundo desarrollado.

Pero como el alza de la inflación también está golpeando con fuerza a los mercados menos desarrollados, por ejemplo al grupo BRIC (Brasil, Rusa, India y China) y a otros países de América latina y de Medio Oriente, algunos observadores están llamando la atención sobre la necesidad de frenar los altos índices de crecimiento en estas naciones.

También esta semana, el director-gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Dominique Strauss-Kahn, advirtió sobre la necesidad de que haya un "aterrizaje suave" en algunas economías latinoamericanas.

Pero, para ello, los gobiernos deberían elevar sus tasas de interés, enfriar el consumo y la demanda y, por tanto, frenar el crecimiento. Con el agravante de que una subida de las tasas atraería capitales especulativos hacia sus bonos y títulos públicos, fortaleciendo el tipo de cambio y, por esa vía, le restaría competitividad a sus exportaciones.

Pero así como la continuación de la crisis en el Norte de África y Medio Oriente haría subir aún más el precio del petróleo, también podría terminar favoreciendo el incremento de los precios de otras materias primas, fortaleciendo a las economías que las exportan.

De conjunto, un shock petrolero como el que temen los bancos centrales de Europa y EEUU tornaría real el fantasma de la inflación y obligaría a políticas de ajuste monetario y fiscal en todo el mundo.

En las condiciones actuales de los centros económicos, caracterizadas por una deuda inmanejable, un sistema financiero muy debilitado y una economía que apenas se recupera, lo peor que puede ocurrir es que el shock petrolero se produzca y obligue a apagar el fuego inflacionario con la leña de un aumento de las tasas de interés.