Tranquilo, poco carismático, pero con una sorprendente capacidad de resistencia, Mariano Rajoy se convirtió en presidente del gobierno de España tras haberse presentado en dos ocasiones anteriores a una elección general.

Tras una larga carrera política, que comenzó en 1981 cuando fue elegido diputado en el Parlamento de Galicia, e incluye varios ministerios, el líder del Partido Popular (PP) dirigirá el rumbo de España, intentando dejar atrás la sombra de su predecesor y referente de la derecha española, José María Aznar.

Su estrategia de perfil bajo, de no llamar la atención con propuestas impopulares, su casi inmovilismo, y paciencia a la espera de desmoronamientos en el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), ya le dio buen resultado en los comicios municipales y autonómicos de mayo.

Entonces, Rajoy, cuya personalidad llevó a que muchos políticos lo consideraran el anticandidato incapaz de ganar unas elecciones, vislumbró que la clave del éxito estaba en la inacción. El candidato de la derecha española apostó por evitar problemas durante la campaña, mantuvo la moderación, no dijo demasiado para no despertar miedo, y se limitó a esperar que la crisis económica hiciera lo suyo.

Es que la consecuencia más dramática de la tremenda crisis que envuelve a España son los casi 5 millones de desocupados, un motivo suficiente para que los ciudadanos castigaran ayer a los socialistas. Prueba de esta estrategia es el difuso programa electoral del PP, que habla de austeridad, de reforma laboral y de bajas puntuales de impuestos -el clásico modelo liberal para salir de la crisis-, pero deja fuera temas espinosos como el matrimonio homosexual con la intención de no molestar.

Nacido hace 56 años en Santiago de Compostela, Rajoy tiene carácter afable y parsimonioso. Desde que perdió las elecciones de 2004 frente al socialista José Luis Rodríguez Zapatero, tras los atentados islamistas del 11 de marzo, superó un camino de numerosos escollos.

La traumática derrota había desorientado al PP que, sin Aznar y aferrado a una teoría conspirativa, se sumió en una grave crisis y se puso de espaldas a la sociedad. Pese a ello, Rajoy no se atrevió a cambiar nada y se mantuvo fiel al +aznarismo+.

Se opuso frontalmente a la negociación del gobierno con la organización separatista vasca ETA, al matrimonio homosexual y al Estatuto de Cataluña, una decisión que generó rechazo a lo largo y ancho de España.

En 2008, después de la segunda derrota, al verse fuertemente cuestionado por un sector de su propio partido, Rajoy concluyó que debía dar un golpe de timón y llevar al PP a su terreno, que era el de la moderación, sin abandonar los postulados neoliberales y conservadores de su partido.

Mientras la vieja guardia desafiaba su autoridad, un grupo de fieles, los +marianistas+, lo respaldaron y consiguió ser elegido presidente del partido en el Congreso de Valencia. Así consiguió importantes éxitos electorales, comenzando por el gobierno regional de Galicia, las elecciones europeas, un buen resultado en el País Vasco, donde el PP pasó a ser socio de los socialistas. Y finalmente ganó terreno en Cataluña, granero del voto socialista y ahora llave de la mayoría absoluta, junto con Andalucía.

Hombre común, de costumbres y fuertes convicciones, Rajoy no es un intelectual cautivador de discurso profundo. Durante el gobierno de Aznar, Rajoy fue ministro de Administraciones Públicas, Educación y Cultura, vicepresidente primero y ministro de la Presidencia, ministro de Interior y portavoz del gobierno. Ahora, el desafío es guiar a España hacia el final del túnel de la peor crisis desde la democracia.