El euro, el logro más tangible del proyecto comunitario de Europa, celebra este 1 de enero sus diez años de puesta en circulación, coincidiendo con el momento más delicado de su existencia por las dudas sobre su futuro agravadas en los últimos meses. Varios bancos europeos de primera línea ya han comenzado a estudiar alternativas para enfrentar la ardua tarea de volver a las monedas nacionales, ya que en el mediano plazo prevén un abandono paulatino del euro.

Un completo reordenamiento financiero y por ende comercial sería la primera consecuencia de la remonetización europea, la que sería seguida por devaluaciones automáticas que se producirían al pasar del euro a pesetas, dracmas, liras, etc., cada una de las cuales tendría una paridad propia, decidida por las autoridades de cada país, que entonces podrían aplicar las políticas monetarias más convenientes para sus economías.

En ese escenario las deudas contraídas en euros o dólares pasarían a expresarse en las monedas nacionales, y el pago de esas obligaciones podría ser más llevadero para países como Italia, España y Portugal, devaluaciones mediante.

Por ejemplo, antes del euro cada dólar ingresado en Grecia por el turismo equivalía a 10 dracmas; ahora representa apenas 0,65 euros. Es evidente que Atenas no puede tener la misma moneda que Berlín.

Así las cosas, volvería a reinar el dólar, aunque en las zonas comerciales como la región de Asia-Pacífico o el Mercosur el comercio se basará en las monedas nacionales, como ya viene ocurriendo. De esta forma, la Europa post euro volvería a los parámetros de la Comunidad Económica Europea (CEE).

El inevitable encarecimiento del dólar complicaría a los EEUU, tanto como dificultad agregada a los problemas actuales de su comercio exterior cuanto por la inevitable escalada del déficit y la deuda públicos.

Consecuentemente aumentarían las presiones de Washington para que Beijing devalúe el yuan, por lo que la perspectiva de un conflicto monetario (preludio de una guerra comercial) no puede ser descartada.

Otra incógnita sería la cotización de la libra esterlina, tradicionalmente la divisa más fuerte de Europa, que entonces competiría con el marco alemán y el franco francés para ser la moneda de referencia en el continente.

Es casi seguro que en el nuevo escenario Londres reforzaría su condición de centro financiero mundial.

La segmentación del comercio en grandes zonas económicas potenciaría el proteccionismo ya no sólo como defensa de la industria nacional.

Así, el comercio intra Mercosur ganaría terreno sobre el intercambio extrazona. Se calcula que en una década podría incrementarse en 150 mil millones de dólares, desplazando gradualmente a los tradicionales proveedores asiáticos, europeos y norteamericanos y reforzando el desarrollo autocentrado por vía de una sustitución de importaciones a gran escala.