Cuando ocurren tragedias demoledoras, los que viven para contarla pueden reaccionar de distintas maneras. Unos se quedan mudos: recordar un gran desastre puede resultarles una experiencia traumática.

Otros saben sobreponerse y describir con lujo de detalles el terremoto de 8,8 grados en la escala de Richter que el 27 de febrero del 2010 provocó 524 muertos en Chile, según cifras oficiales. Para Daniel Rodríguez, hablar de esa tragedia es como hablar de "una guerra". "En las calles, las paredes estaban por el piso, se habían caído casas y edificios. Después ves cómo todo queda vacío, el centro destruido, tanta gente desorientada", recuerda el sanjuanino que vive en Chile desde el 2004 y que, además de sobreponerse a la tragedia, se dio tiempo para ayudar a sus vecinos.

Todavía recuerda cómo se habían desplazado los muebles dentro de su casa: "parecía que habían caminado. La heladera se había corrido hasta la mitad de la cocina" describe Daniel, quien vive en Concepción, una de las ciudades chilenas más afectadas por el desastre que afectó a la zona centro-sur del país.

En sus años por San Juan, vivió en la zona de Concepción, el mismo nombre de la localidad chilena en la que tuvo su experiencia de fuego, porque Daniel trabaja actualmente en una empresa de rescate médico. Aprovechando su oficio, cuando ocurrió el sismo en Chile debió arremangarse y ayudar a sus vecinos, mientras la gente trataba de sobrevivir como pudiera.

"No sentí miedo. Fue asombro de ver tanto en tan pocos minutos. Se te da vuelta el mundo. Mi casa era como una licuadora: se escuchaba los vasos y los platos romperse", comenta el sanjuanino que vive en Chile con su esposa y sus dos hijos, una nena y un varón.

Al momento del sismo estaba despierto aprovechando una de tantas noches de verano. "Mi señora estaba acostada dándole de mamar a uno de los niños, de dos años. Mi otra hija dormía en la otra pieza". Todo fue cuestión de correr hacia esa habitación, trepar la familia al auto y buscar protección arriba de un cerro que está a tres cuadras de su casa.

Afuera, la situación no era menos caótica: "Los pavimentos se habían levantado casi un metro entre paño y paño y los autos no podían salir de sus cocheras. Se escuchaba ruidos de roturas de cañerías de gas, la bruma del mar, los containers cómo se golpeaban. Era mucho griterío. Después se cortó la luz. No había radio ni celular, nada", explica Daniel en contacto telefónico con DIARIO DE CUYO.

Para el sanjuanino y para muchos chilenos, aquella no fue una noche más. "Fue una noche re larga. Queríamos bajar pero venían réplicas. Hasta que pude entrar a mi casa y, gracias a Dios, no sufrió daños. Pero la casa de al lado se había partido por la mitad y la del otro lado también".

Mientras recuerda las calles con ancianos envueltos en frazadas, Daniel lamenta que en la casa de al lado haya muerto un niño de 9 años. "Su familia quedó destruida. La casa era de dos pisos y se cayó una de las paredes. El niño murió aplastado".

Sin dudar

Pese a ser testigo de semejante tragedia, Daniel, de 37 años, no se arrepiente de haber cambiado San Juan por Chile. "Fue una experiencia que me preparó la vida, porque yo trabajo en emergencias. Fue satisfactorio poder ayudar a mis vecinos". Tres días después del sismo "vino la cónsul argentina a buscarme y me ofreció la posibilidad de viajar a San Juan para estar con mis familiares (su padre y sus hermanos). Pero yo tenía que ayudar a los vecinos acá", cuenta Daniel, que es presidente de una unión vecinal en Chile.

"Saqué la cocina a la cochera, nos prestaron una olla de aluminio grande del Ejercito y conseguimos bidones de agua. Lo primero que procuré era que tomaran algo los niños y los abuelos", cuenta Daniel mientras recuerda esa larga noche de insomnio, nervios y llantos (el sismo ocurrió en la madrugada del sábado 27 de febrero). "Tuvimos mucho apoyo de la municipalidad y de los bomberos. Teníamos 30 litros de agua por familia y había que organizarse bien".

Daniel es testigo que de en catástrofes como esa nacen vínculos sociales más intensos. "Nos apoyamos mucho. Vecinos que ni se conocían se conocieron". La empresa donde trabaja también se transformó en una especie de hospital de campaña.

Para el sanjuanino, todo empezó a normalizarse un mes y medio después del sismo. "A los 45 días recién tuve agua. En ese entonces, ya disponíamos de luz, gracias a una línea que tendieron desde una cárcel cercana". Aunque admite que Chile no estuvo tan preparada para este desastre, reconoce que "no podés echarle la culpa a nadie porque fue una tragedia natural".

En principio, las autoridades retiraron la alerta de tsunami. Por eso, "la gente bajó. Pero después entraron las olas. Otra vez, familias enteras corriendo con los niños. Un tsunami tiene fuerza, se te escapan los niños de las manos y los perdés", explica.

Un año después de lo que Daniel considera como una guerra, ahora "hay menos ruinas. Lo primero que se hizo en Concepción es limpiar todos los escombros. Ahora llegás a ver sitios pelados pero ya no destruidos y te va cambiando el aspecto de la ciudad. En esos baldíos están construyendo casas más sismorresistentes".

Según el sanjuanino, hoy por hoy "la gente es mas previsora", aunque todavía "tenés que dormir con un ojo abierto" frente a tanto temblor que sigue sacudiéndole el piso a la gente de Concepción.